Cuando el hombre alcanza la vejez, los hijos ya son mayores de edad. La fuerza centrífuga de la vida los ha dispersado y cada uno de ellos compone su vida al margen de la de sus padres. Es la hora en la que el sentido crítico de los hijos les convierte en jueces y examinadores de sus padres en la etapa que vivieron a su sombra bienhechora. A ese examen no habrían podido proceder antes, faltos de la necesaria objetividad. Ahora lo hacen y se preguntan si fueron suficientemente queridos, suficientemente protegidos o si los cauces por los cuales fueron encaminados para abrirse camino eran o no acertados.
El fallo de los hijos es inapelable y con frecuencia riguroso.
A los hijos suele quedarles una especie de nostalgia del hogar en que nacieron y siempre recordarán, entre sonrisas, las diabluras que cometieron en la inmadura adolescencia de las que fueron objeto, y los castigos a los que se hicieron acreedores. Aunque, es verdad, no son fáciles de olvidar los besos de la madre, pero lo que nunca se olvidarán es aquella cachetada con la que se castigó la desobediencia o la mentira. Reconocen implícitamente que bien lo merecían. Y ese reconocimiento, esto es la convicción de que no hubo exceso en la reprimenda, tiene mayor importancia de la que a primera vista puede suponerse, porque en la revisión tácita o expresa de los años en los que convivieron en la férula paterna, si ésta pecó de relajada, el hijo toma debida nota.
Siendo la norma habitual que los padres se conduzcan con rectitud y amor, quedará en los hijos una tierna y melancólica memoria.
De todas maneras, cuando la ancianidad se prolonga más allá de las estadísticas normales, pueden aparecer los problemas que tanto preocupan a los adultos mayores. Por ejemplo, sus viajes de veraneo, o su movilidad y lo que es peor aún, gravitar sobre sus presupuestos por sus magras jubilaciones. Es dramático advertir cuando los hijos se ven obligados a deshacerse de sus padres, enviándolos a un geriátrico, en lugar de procurarles una compañía que les brinde una adecuada y más digna atención.
(*) Periodista y dirigente vecinal.
