
Andrés Oppenheimer, periodista argentino cuyas columnas de política internacional son reproducidas por DIARIO DE CUYO, reveló en el programa "Animales Sueltos”, que él recomendaría a los jóvenes que buscan inserción laboral, hacer pie en la empresa a la que ellos apunten. Hacer pie, explicó, es entrar y ofrecerse a cualquier trabajo por más ínfimo que parezca, con lo cual consigue, in situ, conocer cómo se desarrollan las tareas que le interesan, así como hacer acto de presencia, que es básico para que a uno lo tengan en cuenta. "Por ahí – dijo – falta el telefonista, o el que controla los e-mail, por ejemplo, y lo convocan para que haga ese reemplazo temporario, que luego puede ser definitivo”.
Este ejemplo es uno de los tantos canales de inserción en el mundo del trabajo al que puede recurrir la juventud que quiere ganarse un lugar en él.
Hago memoria de mis tiempos de adolescente, y recuerdo que todos por mi barrio, se buscaban una ocupación. En mi caso fue a raíz de una visita a San Juan, en 1960, que hizo mi tío "Pito” Nehín, afamado futbolista de Sportivo Desamparados, que estaba radicado en San Pablo, quien fuera convocado por el periodista Jesús Ernesto Cepeda a una entrevista en el Diario Tribuna. Me pidió que lo acompañara y se fue con unas notas que yo escribía en la "Remington Rand” de mi madre, comentando los partidos de Del Bono, cosa que yo hacía por mera diversión o entretenimiento. Al parecer las notas le interesaron a Cepeda y me contactó con el señor Ventimiglia, creo que se llamaba, de DIARIO DE CUYO, quien me recibió al día siguiente en la redacción que estaba sobre calle Catamarca casi San Luis. Para mi sorpresa, me convocó al partido que ese sábado jugaba Del Bono, en su cancha, con Rawson, para que escribiera lo que sería mi primer comentario. Tenía 14 años y mi oportunidad vino por el lado menos pensado.
Perdón por la auto referencia, pues no me considero ejemplo de nada. Pero fue la historia de la gran mayoría de los pibes del barrio, de los cuales hago memoria y no recuerdo ninguno que se dedicara a no hacer nada. El que tenía la suerte de seguir estudiando, la aprovechó; el que tenía padres propietarios de negocios, aprendió el oficio y siguieron con la actividad de sus mayores; otros la emprendieron por cuenta propia, poniéndose un cajón de lustrar, a arreglando bicicletas, o pintando, o enrolándose en las fuerzas armadas, o dedicándose al teatro, a la música, al fútbol, o emigrando a otras provincias, principalmente Buenos Aires, buscando mejor suerte. Algún otro recaló en Nueva York, sólo, sin conocer el idioma, ni gente. Sin embargo, se las rebuscó y se hizo un camino.
Es la cultura del esfuerzo propio, en la convicción de que "la miseria en su afán de perseguir de mil modos, llama a la puerta de todos y entra en la del haragán”. No acierto a pensar en qué momento se produjo esta tempestad del facilísimo, del desapego al esfuerzo, el desinterés por subir los escalones de la vida.
Esto viene a cuento de la desesperación que expresaron algunos padres y alumnos, por la posibilidad de incluir en los programas de estudios un período de capacitación en el mundo real del trabajo. ¡Qué mejor oportunidad para tentar suerte con aquello que comentaba Oppenheimer!
