"...Y la luz se hizo, tenue candela de poquita esperanza; pero, de todos modos, la maravilla de la vida...''

La mañana era muy fría. Ella cruzó la calle atestada de vehículos, cuando vio que el que llegaba primero se detenía para darle paso. Apresuró un poco el tranquito del modo como se lo permitía su especial condición y continuó por la acera despareja, como carreta desvencijada.


La menuda perrita, portando su enorme panza llena de vida, de cinco corazoncitos latientes, de carne de su carne, siguió su camino incierto, como el de todo perro callejero. 


Con su pesada caminata, cinco sueños modestos iban con ella, cinco universos estaban a punto de unirse al cosmos total con sus asombros y sus voces, cinco mañanitas de hielo, pocos días después, irían a despertar a los gallos; cinco montoncitos de desesperanza en el vacío de la calle adversa cobijarían lo que caería al mundo con cinco pequeñas crónicas iniciales, sin rótulos ni elemental hogar en esta calle impersonal, anónima y fría. 


Nadie los esperaría, salvo el murmullo de los basureros poniendo el día en el columpio de la madrugada. Mamá perrita era tan mamá como todas lo son; serlo es un trofeo y una pasión responsable en la tibieza de un hogar o en el descampado de las noches sin destino; madre es un galardón de buenos huesitos y carne en esperanza; madre es un regalo, más allá de sonoros hospitales o sordas esquinas. La historia no se para, continúa con el sacrificio y la lágrima fecunda, en todos los casos, sean cunas de oro, rincones o pesebres.


Cruza la perrita las calles indiferentes. Se hinchan orgullosos pero inciertos en su vientre virginal cuerpecitos de poca sangre (esa "poca sangre'', como describía el gran Tejada Gómez la muerte de un chico de la calle atropellado en un barrio de su Mendoza). 


Cada vez cuesta más la soledad y los rugidos de los automóviles anónimos, de la gente anónima, de la ciudad anónima; pero ella sigue camino al estallido del rojo y el alivio de sentirse útil protegiendo latidos por ella creados. 


Y la luz se hizo, tenue candela de poquita esperanza; pero, de todos modos, la maravilla de la vida. Como derrame de pequeños arroyuelos suenan en su derredor los llantos inaugurales. Ya la circundan los prodigios de su obra. Uno a uno se arropan en la tibieza de su cuerpecito generoso cinco relojitos de luna creciente, cinco campanitas de pobres navidades, cinco suspiros de amor conseguido, cinco...