El admirable proceso electoral que completó el ciclo de transición democrática en Chile, sigue recibiendo elogios. En el mundo se destaca que la ciudadanía y las fuerzas políticas del vecino país, dieron un ejemplo de civismo en un clima de respeto, sin denuncias ni incidentes.

Para cualquier persona acostumbrada a la virulencia de la política argentina, es envidiable la prolijidad y el respeto de los contendientes que disputaban obtener la presidencia de Chile. Una hora después de los comicios, se anunciaron los resultados finales y a nadie los puso en duda. El candidato oficialista Eduardo Frei, fue el primero en reconocer su derrota. Y como si ese gesto fuera poco, fue a felicitar al vencedor Sebastián Piñera, con un fuerte abrazo. No son gestos menores en un país que sufrió una de las dictaduras más cruentas, que abrió heridas aún sin cerrar.

En nuestro país, en cambio, las figuras del oficialismo que perdieron el 28 de junio pasado, no sólo retrasaron hasta la madrugada del día lunes su aparición pública, no queriendo asumir la derrota, ni se dignaron felicitar a los vencedores.

Chile demuestra que la democracia no se profundiza con resentimientos o enconos, sino con cultura cívica que engrandezca el presente y el futuro. En un gesto de madurez democrática, la presidenta Michelle Bachelet, tuvo la delicadeza de visitar a quien la sucederá, para desayunar con él y hablar de la transición, en tanto Sebastián Piñera demostró grandeza y humildad, dos virtudes que no están reñidas entre sí, al pedirle consejos y ayuda a la actual presidenta chilena.

Chile nos da la lección de que, en una democracia adulta, cambio y continuidad no se oponen sino que se complementan.