Han transcurrido 186 años desde que un chiquito vestido con el sayo de franciscano carreteara por sus calles anchas y polvorientas. Pero el pueblo de San José de Piedra Blanca donde viera la luz Fray Mamerto de la Asunción Esquiú el 11 de mayo de 1826, respira todavía al ritmo sagrado de entonces. En su vieja iglesia se conserva el púlpito que en 1853 se encontraba en la Congregación Matriz de Catamarca y de donde Esquiú pronunciara su famoso discurso sobre la Constitución. La anarquía amenazaba la República y el "Cura de la Constitución”, como se lo conoce desde entonces arengó a sus compatriotas conminándolos al orden. "Sin sumisión no hay ley, sin ley no hay Patria, no hay verdadera libertad. Existen solo pasiones, desorden, anarquía, disolución, guerras y males de los que Dios libre a la República Argentina”. Tenía apenas 27 años, pero era el mismo hombre que en 1880 diría desde el púlpito de la Catedral de Buenos Aires: "Ciudad común de todos los hijos de una misma Patria”. Sin embargo, franciscano por dentro y por fuera, se había negado obstinadamente tanto a cargos políticos como a una carrera eclesiástica. Aquel cabal seguidor del "Pobrecito Asís”, había nacido en un austero rancho de tres piezas que aun se conserva en su pueblito natal. Podemos observar el torno de algarrobo en el cual hilaba su madre María de las Nieves Medina. Como el niño había nacido enfermo, prometió vestirlo con los hábitos de Francisco de Asís si se curaba. A los años, milagrosamente restablecido, adoptó el sayal pardo que no abandonó hasta su muerte. Fue principalmente misionero. Sólo por la imposición de las circunstancias aceptó alguna vez ser diputado y convencional constituyente.
Los claustros y el auxilio a los enfermos fueron su mundo durante 10 años, pero su inesperado nombramiento como arzobispo de Buenos Aires lo impulsa a emigrar hacia el Norte. Permanece durante un tiempo en el Convento de Guayaquil, obteniendo más tarde una licencia para realizar una peregrinación espiritual a Roma y Jerusalén, de donde regresa fortalecido en su fe. Al retornar a su provincia, lucha, predica, enseña, se siente feliz en la paz catamarqueña. Pero un nuevo nombramiento como arzobispo de Córdoba lo obliga a trasladarse a la provincia mediterránea.
Los viajes pastorales se suceden para este prelado que sólo lleva una cruz sobre el pecho, muy cerca del corazón. Ese corazón que permanece intacto a más de 129 años de su muerte. No así la Constitución que hacía referencia en 1853 desde el púlpito este santo varón, sino modificada, algunas veces transformada a través del tiempo.
(*) Escritor.
