"... Calle Angosta: Mucha buena vida ha pasado por esas noches serenateras de una callecita que se ufana de tener una vereda sola...".

Llegó el momento. Recuerdo era un sábado de un julio helado, cuando debíamos actuar en una tradicional peña emplazada en la misma esquina desde donde arranca la Calle Angosta. Yo adquirí una angustiosa disfonía de tipo alérgico el mismo día de la actuación, pero ya era imposible aplazar nada. Todo había sido cuidadosamente organizado y nosotros debíamos estar allí y cantar. Debutar en aquella calle de insomnios y leyendas, pero con esa grave dificultad, era una sensación ambivalente: disfrute y miedo, emoción y dudas.


Llegamos de nochecita. Confieso que prácticamente no podía hablar. Ya en la peña, cuando comuniqué el problema que me aquejaba, se acercó una señora y me pidió me arrimara a un sanatorio que estaba a una cuadra, donde su esposo medico -de quien dijo nos apreciaba- estaba de guardia. Así lo hice y este profesional me inyectó un fuerte antiinflamatorio, asegurando que algo me calmaría y que se haría una escapada por la Peña para escuchar nuestra actuación.


Cantamos. No sé cómo pude hacerlo. La pasión es a veces más poderosa que todo. Bajo la fría noche de la legendaria Calle Angosta me cubrí de fuerzas que no sé desde dónde venían y sacamos el recital adelante. Ni bien terminé, el duende que me había asistido me abandonó, ya había hecho lo debido, y prácticamente no pude pronunciar más palabras. Pero en la guitarra había quedado depositado un atalaya de pájaros satisfechos; allí, en esa sucursal del corazón, por varios días continuó vibrando el fantasma dulce de la dulce calle. No son estos lugares comunes. Mucha buena vida ha pasado por esas noches serenateras de una callecita que se ufana de tener una vereda sola; que frente a las vías, Don Calixto ("¡casi nada!") se ha adueñado de su murmullo cuequero que ha de reinar allí por siempre; que don Manuel y Don Miranda han eternizado con sus latidos enriquecidos de bohemia y tonadas en flor; que los ladridos de los chocos han ido moldeando en noches y soledades bien paridas.


Ya de madrugada, dejamos el cálido local que comenzó a adormecer punteos jadeantes y lentamente se fue refugiando en el vino final que Cuyo seguramente ha pensado para estos momentos, esos raptos de luz que tocan el fondo de las cosas y nos hacen comprender todo desde el mejor costado.

Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete.