
Después de muchos años, me encontré con un amigo de la primaria. Tratándome de usted, me preguntó si lo acordaba. Realmente, me pareció no haberlo visto nunca. Cuando recordó quien era, me dio mucha vergüenza, porque se trataba de alguien con quien fuimos compinches en aquella niñez. Pero el tiempo había hecho lo suyo. Luego de tomar un café y emocionarse, dijo que había tenido muchas dificultades en la vida; que muchas cosas lo habían golpeado y desgastado, pero creía que era el mismo de la infancia y que yo para él seguía siendo su recuerdo de cuando tenía doce años.
El tiempo hace lo suyo; los años nos ponen más tensos, menos puros, nos modifican cuerpo y alma; sin embargo, en la memoria estamos exactamente igual a como éramos, en las reminiscencias de mi amigo y en la mía. En ese reducto que nadie es capaz de modificar mientras seamos concientes, me encuentro jugando a la pelota en el baldío de la esquina, tratando de encimar las redondas figuritas con los rostros de los ídolos de Boca, Independiente, Chacarita y hasta Atlanta, que entonces estaba en Primera; enrollando el piolín encerado para hacer bailar el trompo; apuntando al "ojito" que se encuentra a sus anchas en la "troya", buscando entre los pliegues del atardecer morado la "guarapa", mientras mi madre nos llama porque ya obscurece y mañana hay que estudiar.
La memoria es el pasado, pero no todo él ni sólo él. Es también el presente que nos acompaña con su carga de emociones. Hay hechos que no recordamos pero están ahí para siempre, en alguien, en algún sitio, en el rostro más severo o inofensivo, en el músculo, en la mirada, en los sentimientos que por poca cosa nos conmueven. Nuestra reseña nos contiene, día a día modificados. Siempre recuerdo la sabia respuesta de un médico cuando le pregunté cual es el origen de la hipertensión: "Y…es la vida” -dijo.
A pesar de la impronta que la vida deja y que puede presentarnos totalmente diferente a aquel de nuestros primeros pasos, en el sitio del recuerdo, en el fondo del alma, estamos idénticos a como fuimos en diferentes situaciones. Nadie podrá privarnos del día aquel en que la vimos por primera vez; aquel en que tomamos su mano de pájaro asustado; cuando montamos la primer bicicleta; el primer día de clase. Jamás olvidaré mi primer escrito como abogado; la ansiedad que tenía por ver cómo habría de ser proveído. En la dictadura militar se prohibían canciones y artistas, pero nadie podía desvanecer la canción ni abolir al artista, aunque fuera éste un desaparecido. Por siempre seguiré viendo (y en algún lugar siendo) el niño que fui entre otros niños, el adolescente que comenzó a soñar con el amor y la música como lo más importante en la vida, el joven que luego vislumbró que nada es más importante en una sociedad que la Justicia.
Por Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete.
