"…no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente…".

Eduardo Galeano magistralmente reflexionaba: "¿Por qué todavía no me compré un DVD? Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco… A nuestra generación siempre le costó tirar… Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos…".

Esta fiebre actual casi todo lo descarta, mientras que otras generaciones nos afirmamos en una práctica de conservar cosas; quizá la necesidad de ir acopiando el pasado a partir de entidades que de algún modo lo significan. Así, es posible que un día descubramos que en la piecita del fondo hemos instituido un reservorio de juguetes que los niños han abandonado, ropa abandonada, repuestos que jamás emplearemos, objetos que algún día fueron algo, símbolos en suma. Contra esa costumbre de guarecernos en lo que nos significó o acompañó en la vida, vemos que hoy mucha gente, generalmente joven, no guarda prácticamente nada; las cosas se les escurren entre los días como una medusa; nada queda de su ayer, todo es hoy. Si esta actitud encerrara la filosofía de considerar que lo más importante es lo que hoy hacemos para que mejores cosas ocurran mañana, sería bueno, pero no es tan así. Una cruel sociedad consumista constriñe a cambiar de camisa, celular o lo que sea con una frecuencia que no da tiempo para amar cada objeto que se adquiere y lo que no llega al punto del amor se pierde o se olvida.

Es posible -como desesperaba Galeano- que esta fiebre por cambiar pertenencias, por ahorcar hábitos y símbolos, aunque parezca una rutina material, termine por invadir los sentimientos, y resulte más o menos lo mismo mudar de celular que mudar de pueblo o de compañera; y que sea: "…la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero…", como afirma el escritor. Una sociedad que se construye a partir de meros instantes, de accidentes, de ocasiones, que todo descarta, nada atesora, ha de sufrir la falta de raíces. No será fácil encontrar el arcón de los recuerdos, si cada paso que dimos ha caído al abismo de los olvidos; si las cosas que tocamos y en algún momento amamos y los seres que nos hicieron sentir, disfrutar o llorisquear han ido sucumbiendo como fotografías que se extinguen por el sólo hecho de repasarlas.

 

Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete.