• Me gusta quien da la mano con fuerza y quien al mirarte brinda una sonrisa como quien libera un pájaro. Uno se siente como en una morada segura.
  • Me gusta la fragancia de azahares porque tiene velo de novia y sonrisa de limones niños.
  • Amo los atardeceres de Sorocayense, donde las aves niñas se espantan de dulzura con el leve violonchelo del viento.
  • Amo los nidos con promesa de jaulas abiertas y la libertad absoluta del mirlo que canta porque sí y con su sinfonía agradece nuestro respeto a sus alas.
  • Amo el estallido frutal de los estadios, enancado al delirio de los goles.
  • Me gusta conversar con lenguaje de música con la gente que ha venido a regalarnos un pedazo de su día desde el silencio litúrgico de una butaca.
  • Me gusta la mujer dulce, femenina y de risa fácil.
  • Adoro el leve mohín del pobre que recibe una ayuda y te regala casi tembloroso una bendición. Con ella me voy deshecho en luces y amparo.
  • Aprecio al amigo que llega en el momento justo a declararte afecto.
  • Amo a aquellos que dicen "no te preocupes" y su voz resuena a campanario de capillita de campo.
  • Amo el instante justo de las Navidades y el húmedo abrazo crucial del Año Nuevo.
  • Me gusta escuchar los consejos de un anciano y el brillo fantástico de los ojos de un niño que escucha en silencio tu humilde palabra. Admiro a quienes saben escuchar con la reverencia de quien está seguro que de todo ser humano algo se aprende.
  • Adoro la caricia del Sur cuando el Zonda nos ha herido sin contemplaciones, porque amo a quien sabe venir en el momento necesario.
  • Amo a los humildes de espíritu y a los grandes de palabra; a quien da las gracias por cualquier motivo y a quien da su ayuda sólo porque se lo dicta el alma, sin interesarse del destino de su limosna.
  • Amo el inmenso rumor de los templos vacíos. Amo la tarde cuando se desmaya. Amo los profundos andenes, porque allí la gente corre, calla, se despide, aguarda, llora y sueña.
  • Amo la batalla de amor que transmite una lágrima de alegría y la inocencia sin límites de El Principito.
  • Amo el silencio que confiesa cantos en las casas abandonadas y el prodigio del sembrador, que almacena futuros.
  • Amo la tonada cantada por aficionados; tiene la autenticidad de lo puro.
  • Amo las ciudades porque me cuentan historias. Amo las placitas de pueblo donde casi siempre hay un burrito pastando.
  • Amo hasta la índole a mi compañera, porque con su ternura y su alianza me ha regalado el don de alcanzar mi esencia.

Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete