Numerosas demandas sindicales, algunas con violentas protestas y actos intimidatorios, recrudecen en el país basadas en el deterioro del poder adquisitivo y de la inestabilidad laboral.

Las perspectivas económicas y el desarrollo a corto plazo exigen suma prudencia aunque la realidad sea de sacrificios crecientes, frente a la inflación y la repercusión local de la crisis global. Más atendible si los trabajadores sufren por la caída de los mercados y el encarecimiento de los costos de producción.

Pero lo inadmisible es el clima de agitación gremial, que siembra el caos anteponiendo sus conflictos a la paz social y a los derechos de la ciudadanía. Las calles porteñas son el campo de batalla de las movilizaciones mediáticas y algunas con connotaciones políticas, tanto para desgastar al Gobierno o, por el contrario, para presionar por candidaturas oficialistas. Es la agitación propia de vísperas de elecciones.

Los gastronómicos, metalúrgicos, bancarios, docentes y camioneros, entre otros, atacaron propiedades privadas, causaron desmanes y prometen intensificar estas acciones "mas allá de la crisis", como amenazó el titular de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM), Antonio Caló. Peor fue la actitud del Sindicato de Camioneros, liderado por Pablo Moyano, hijo del líder de la CGT. Bloqueó el acceso de camiones con harina de trigo al puerto de Campana, en demanda de un básico de $6.000, frenando los despachos de 15 firmas exportadoras.

Será difícil un entendimiento mientras no se depongan las provocaciones, pero mucho más si no se vislumbran metas de competitividad en base a una recomposición de la economía.