Un submarino enviado a Teherán, la capital de Irán, que no todos aplaudieron en su espacio político inglés y ahora, el desatino de reforzar militarmente las Islas Malvinas, muestran al primer ministro del Reino Unido, David William Donald Cameron, como un hombre equidistante de la nueva articulación mundial, que en el marco de recíprocas formas de entendimiento, pueblos y gobiernos procuran por conveniencia, por necesidad y por convicción, la convención de políticas y acuerdos para ayudarse mutuamente.
Muchos consideran que por su afán de protagonismo, está cayendo en otros desatinos que son graves, más propios de un personaje avasallador que de un canciller del nuevo mundo. Está aflorando en su intelectualizada formación obtenida en la Universidad de Oxford, donde estudió filosofía, política y economía, la natural belicosidad de sus ancestros cuando se apropiaron de gran parte del mundo.
Los pasos de Cameron en su relación con la Unión Europea no le ha sido, desde su propia individualidad, del todo feliz como hubiese querido con la imagen en su propio Reino Unido cuando sorprendió a propios y extraños con su decisión de aislarse despreciando al euro, pero fundamentalmente, porque envanecido en su posición, sin necesidad pegó un portazo en la mesa de líderes europeos enfrentándose, fundamentalmente, con Angela Merkel, la canciller alemana, que conduce un país estratégico desde donde se tiene la llave futura de la eurozona.
Estas decisiones sumadas a los graves problemas internos ocasionados por la crisis global que también afecta a su país, lo están acorralando hacia un punto de difícil retorno si no endereza, de alguna manera, el plano inclinado de su gestión.
