Muy tranquilo, todo muy tranquilo. Razones familiares hicieron que por décadas prefiriera la costa Atlántica sobre otros destinos frescos a los que invita el insoportable calor de los eneros sanjuaninos y eso me permite comparar. La que podría llamarse también "ciudad de las colas" en lugar de "la feliz", es ahora un sitio en el que se puede ingresar a cualquier lugar sin espera. De conceder tres turnos anticipados para cenar en los restaurantes, a las 20,30; a las 22 y a las 23,30, a llegar a cualquier hora y tener mesas vacías aun cuando la capacidad está restringida a la mitad o un tercio por la pandemia. De reservar con meses de anticipación una carpa o sombrilla en los principales balnearios para las semanas pico de la temporada, a llegar cualquier día y contratar un lugar fuera de pasillo y frente al mar. Algunos marplatenses (eso lo leí en los comentarios de los diarios locales) se quejan por considerar a todo turista como un potencial contagiador covid, hubiesen preferido que todo siguiese cerrado. Claro, son algunos de los miles de empleados municipales que cobran puntualmente su salario sin ir a trabajar, esa es la cantidad que está de licencia haciendo alguna tarea desde su casa. No forman parte del altísimo porcentaje de desocupados que el distrito registró en el segundo semestre del año pasado ni de los miles de aspirantes a los trabajos temporarios tan comunes y bien pagos por aquí. "Llega el 15 de diciembre, cierro los ojos, le meto para adelante y los vuelvo a abrir para pensar en otra cosa el 15 de marzo", me dijo cierta vez un vendedor ambulante. El hombre afirmó de modo contundente: "Si vos traés un mango a la playa, te puedo asegurar que te lo saco". Salía por la mañana con el café, seguía con los choclos, los panchos, el helado, las golosinas, los churros, de vuelta el café en ese trajinar pesado de tranquear la arena una y otra vez... "en alguna de esas te agarro" me decía convencido. Y tenía razón. Ni te cuento los niños: "Lloren chicos, que llegó el heladero, lloren a sus madres para que les compren", un genio. Por las noches, un par de veces por semana, a la cancha a vender gaseosa y panchos en los clásicos. Tres meses, después a pucherear con el oficio de todo el año pero una vez hecha la diferencia del verano, que es la que permite progresar. Los/as jóvenes a vender promociones, desde espectáculos que necesitan propaganda hasta tiempos compartidos. En los últimos días de diciembre, antes de fin de año, estaba llegando un tercio de los 2.200 autos por hora que entraban habitualmente. Ya para la primera semana el número había subido a unos 1.000 pero seguía muy por debajo del promedio. Cerca del 10 de enero se confirmaba la tendencia de crecimiento sólo los fines de semana, gente que viene huyendo del calor y quiere por lo menos ver el mar un rato. Pocos días pero de mucho gasto, sin reparar en precios. Eso era antes, ahora es todo gasoil y las tradicionales "tres P", peatonal, pizza y playa. A propósito, los precios en general son los mismos o menos que en San Juan. Comida para llevar, llamada ahora elegantemente "take away" o un menú de restó, supermercados, bebidas, vestimenta, calzado, todo, con el agregado de promociones de las más variadas. Por el puerto también pasó el vendaval de cierres. Ya no están algunas firmas tradicionales y pareciera que la falta de competencia o la necesidad de bajar costos ha obligado a bajar la calidad de los chefs. La cantidad "son porciones para compartir", ha sustituido al buen paladar. "Hasta hace un mes ni siquiera sabíamos si podríamos abrir", me contó Fredy, un amigo carpero del balneario más preferido de Punta Mogotes, allí donde iban algunos equipos de fútbol a entrenar a primera hora en el bien provisto gimnasio. "El protocolo recién estuvo sobre el 20 de diciembre" siguió. "La empresa decidió enfocarse en el consumidor local, sobre todo los jóvenes, adecuamos la pileta y pusimos un DJ para atraerlos". Así está todo, algo improvisado. En un bar jazz de la zona oeste del centro, el mozo preguntó si sabíamos algo del futuro cierre nocturno, la voz le temblaba mientras esperaba la respuesta, "los políticos no entienden que tenemos que vivir, si nos cierran otra vez y en este momento estamos acabados". Le dimos algo de esperanza. Aun así, a eso de las 2 de la mañana no queda nadie en la calle en una ciudad en que, para los madrugadores era común ver llegar a la rambla a los trasnochadores a desayunar o a los jóvenes directamente dormir en las carpas de la playa y vivir al revés, dormir de día y arrancar a las 7 de la tarde. De política, poco o nada, aunque por ahí no se sabe porque nadie habla con nadie, prevalece el temor de que el virus traspase el barbijo, la gente responde desde lejos y si es posible, con señas. Los noticieros sirven sólo para averiguar cómo sigue todo, si habrá o no toque de queda o cómo variarán las restricciones. Uno tiene la sensación de que el interés está en imaginar cómo se hará para violar las nuevas disposiciones, el hastío está superando al miedo. Mar del Plata está más o menos al doble que San Juan en todas las cifras, en cantidad de contagios y también índice de letalidad. Igual que en nuestra provincia, la cantidad de recuperados es muy grande y si uno hace la cuenta de qué posibilidad estadística tiene de encontrarse con un contagiador activo, es muy baja, casi nula si uno se mantiene fuera de grupos de más de 200 personas y tomando las precauciones aconsejadas. Lo ideal es moverse en burbuja con la familia o gente conocida, no contactar a terceros. El despliegue policial es inmenso, siempre lo fue pero esta vez es distinto. Del pacífico y a veces obeso policía de la bonaerense disfrazado de playero, se ha pasado a los recios uniformados con ropa casi militar que circulan en motos tratando de dispersar multitudes. Las playas siguen siendo las mismas, en este caso, el planeta parece mirarnos sonriente pensando, ahora, les toca a ustedes.