Una asignatura pendiente, quizás la más humana, la más onda y la más urgente tiene la sociedad argentina hoy con un sector altamente vulnerable: los jóvenes.
Las generalizaciones son siempre peligrosas y pensar que todos son perversos y dedicados a pasatiempos inútiles puede llenarnos de pesimismo y no de buenas ideas para comenzar una tarea de reconstrucción y resurgimiento que algunos sectores denominan "reparación”.
No es con parches que se soluciona la situación emergente de quienes miran el futuro sin posibilidades, tal vez uno de los factores es el aislamiento tecnológico; la falta de modelos paradigmáticos en el hogar y en el terreno político; las demandas del consumismo desmedido; las leyes del contagio con grupos tribales que marcan reglas endógenas sumamente particulares que provocan y seducen a la juventud.
Los padres tan jóvenes como los mismos hijos, que desean vivir una eterna juventud y que se consideran "amigos” de ellos sin autoridad y sin marcar limites, tienen una parte de la responsabilidad pero la sobreestimulación negativa de algunos medios de comunicación orales y televisivos imponen modas, sugieren conductas y determinan lenguajes.
Esta vía los empuja irremediablemente hacia las adicciones porque no encuentran caminos ni poseen tranquilidad de espíritu ni pensamiento claro ni fines concretos para su existencia.
Una consulta a tiempo con especialistas; una mirada inteligente de los padres hacia sus hijos; un acompañamiento terapéutico eficaz salva muchas vidas. La prevención es el camino más correcto, más directo, para lograr conductas de sostén en un conglomerado social fragmentado donde las posibilidades futuras no se presentan claras.
Pero si aprendemos a creer en la valía de nosotros mismos; a comunicarnos con los hijos y encontrar el centro de su corazón; si elevamos la mirada y hallamos un ser trascendente que nos guíe por sobre tanta mediocridad, tanta vulgaridad desperdiciada en contenidos mediáticos anodinos, las posibilidades serán múltiples y esperanzadoras.
No vamos en busca del hombre perfecto. Siempre hay que pensar en el ser careciente, el que adolece, el que sufre, el que no se inserta en la trama social.
Los jóvenes merecen una oportunidad y en realidad todas las que necesiten, desde la mirada oficial o la privada, desde las entidades del gobierno y desde las organizaciones no gubernamentales, desde la familia, desde la escuela, desde el propio territorio donde la vida les sembró una semilla que debe crecer al amparo de los sueños y de la verdadera fe.
