Uno de los desafíos de la sociedad posmoderna se podría resumir en términos de "abundancia y saciedad", cuya antinomia aparente es escasez y hambre. Esto marca el camino entre el deseo y la necesidad y da base a las prioridades de toda política pública porque un pueblo comprometido con el progreso y el bienestar sabe que la paz social comienza y termina por satisfacer a sus integrantes en sus requerimientos más urgentes: alimentación, hábitat, salud, educación, seguridad y recreación.

Si pensamos la abundancia como algo positivo puede ser una idea correcta pero por contraste también implica la negatividad porque nos lleva al exceso y no a la austeridad que marca la fortaleza que necesitan los países en dificultades. También la saciedad tiene dos sentidos, la plenitud y el gozo, y el tedio y la falta de creatividad, porque quien lo tiene todo a veces carece de lo esencial: el sentido humano de su existir y eso puede llevarlo a ciertas desviaciones, que lo incluyen en una sociedad vacía y ambiciosa con alta agresividad. De ahí la confrontación cotidiana y hasta la pasividad ociosa de quienes todo lo esperan de otros.

Es interesante saber dónde está la abundancia y cómo la percibe el hombre y si ella no es pobreza en otros y perjudicial para él. En esta dualidad el mundo se observa asimismo en busca de tecnología, proyectos, que lo convenzan de la reafirmación de su propia verdad no siempre coincidente con la de otros. La utopía tiene que volverse realidad y los niveles de decisión deberán plantearse este dilema si lo abundante, la dádiva, el subsidio, lo conseguido con facilidad es bueno y no ofende a quienes desde su rutina diaria y la laboriosidad fecunda hacen de su pequeño territorio la verdadera patria.