"En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche. De pronto se les apareció el Ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor, pero el Ángel les dijo: No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo. Hoy en la ciudad de David les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre''... Los pastores se decían unos a otros: "Vayamos a Belén y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha anunciado''. Fueron rápidamente y encontraron a María, a José y al recién nacido acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño, y todos los que los escuchaban quedaron admirados de lo que decían los pastores. Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón. Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido" (Lc 2,8-20).

Esta Noche que se avecina y que los cristianos celebraremos, es una Noche buena y nueva. "Buena'', porque la bondad de Dios se hizo palpable de modo concreto y cercano. "Nueva'', porque el Dios inaudito se hace escuchar en el llanto de un recién nacido. El Omnipotente se hace niño para que los hombres abandonemos el miedo a Dios. En Belén, Dios ha venido a "visitar'' al mundo en Jesucristo. El verbo griego "visitar'' que emplea Lucas, "episképtomai", significa propiamente "'ver'', "abrazar con la mirada''. En Jesús, Dios ha venido a abrazar al mundo con sus ojos que transmiten la ternura que nunca condena y que siempre salva. Son unos ojos que enseñan a contemplar más allá de los límites para admirar el futuro con esperanza. Son unos ojos en los que el Amor se revela como lo que es: nos respeta como somos pero nunca nos deja como estábamos. En la teología de Lucas, la "gloria del Señor'' está siempre relacionada con la glorificación pascual que el Padre confiere a Jesús, significando de ese modo, que el Niño de Belén es de naturaleza divina. Pero de esta gloria divina, no aparece nada hacia afuera. Si como Dios, él se reviste de luz, ahora como el Hijo del hombre, está recubierto de pañales, cual frágil e inerme neonato. La liturgia bizantina canta: "El Señor de la gloria está envuelto en pañales''.

En Navidad, Dios se revela a unos pobres que no tienen morada fija, sino una tienda. Son pastores. Para los rabinos, éstos eran considerados personas impuras, y por lo tanto, pecadores, excluidos de la vida religiosa oficial. Para el cristianismo, sin embargo, ellos son los primeros "cristianos'', los fieles misioneros, que evangelizados, evangelizan. "Dios eligió lo que el mundo tiene por necio, para confundir a los sabios..., lo que es vil y despreciable y lo que no vale nada, para aniquilar a lo que vale'' (1 Cor 1,27). En el ritmo de lo cotidiano, ellos saben descubrir la salvación. Por ser pastores saben descubrir en ese niño, al Cordero que quita el pecado del mundo. Dios se revela en la pobreza y en las tinieblas. Pero a estos pastores, a quienes se les había dicho que encontraría a un Niño así envuelto (Lc 2,12), cuando se dirigían a verificar el signo "encontraron a María, a José y al Niño acostado en el pesebre'' (Lc 2,16). En el v. 12, el signo se compone de tres elementos: el Niño, los pañales y el pesebre. En el v. 16 en cambio: María, José, el Niño y el pesebre. Los pañales ya no son más recordados. En su lugar, Lucas introduce las figuras de María y José. No es casual esta sustitución. Dios ha querido nacer en un lugar alejado, pobre y oscuro, pero rodeado por el abrazo de una familia; de un padre y de una madre que son como esos blancos pañales que acarician con afecto y cubren con tierna solicitud.

Esta Noche digámosle al Niño de Belén: "Ayúdame a decir la verdad delante de los fuertes y a no decir mentiras para ganarme el aplauso de los débiles. Si me das fortuna, no me quites la razón. Si me das éxito, no me quites la humildad. Si me das humildad, no me quites la dignidad. No me dejes caer en el orgullo si triunfo, ni en la desesperación si fracaso. Más bien recuérdame que el fracaso es la experiencia que precede al triunfo. Enséñame que perdonar es un signo de grandeza y que la venganza es una señal de bajeza. Si me quitas el éxito, déjame fuerzas para aprender del fracaso. Si yo ofendiera a la gente, dame valor para disculparme, y si la gente me ofende, dame valor para perdonar. Niño de Belén recuérdame siempre que la grandeza está en la pequeñez, como Tú''.