Durante esta semana recibimos señales confusas respecto de la relación entre el oficialismo nacional y la oposición. Siempre es bueno tener en cuenta que se trata de dos coaliciones integradas por varios partidos de distinto tamaño, por lo que no es raro que puedan coexistir distintas opiniones. Si bien la responsabilidad es compartida, tal como me lo explicó en persona cierta vez el presidente Alfonsín una vez que había dejado de ejercer en el Ejecutivo y pasado a la otra vereda, es quien gobierna quien rige el tono de esa relación, son sus principales dirigentes los que tensan la cuerda o la aflojan regulando así el comportamiento de la otra parte. También es imprescindible recordar dos cosas: la diferencia que encumbró a Alberto Fernández fue clara en su favor, 6 puntos, pero el ciudadano dejó fuerte a Juntos por el Cambio con el 40 por ciento. No te metas a juzgar la casa ajena, recomendaba mi abuelo, es cosa de cada familia actuar como les plazca. Así, el Frente de Todos nos sorprendió consagrando un Presidente que fue elegido por una Vicepresidente fuerte, con control del Partido del gobierno y dueña verdadera de un núcleo duro de votos insuficiente para ganar sin ayuda pero que alcanza para trabar a cualquiera. ¿Podía esperarse que Alberto se hiciera del poder real? Por ahora no parece estar interesado. Días atrás, Cristina Fernández recomendó la lectura de un artículo de opinión que calificó mal la figura de Alberto y que, no obstante, tuvo su efusivo elogio. Nunca antes se vio algo parecido. Los historiadores han relatado desavenencias entre Alfonsín y Víctor Martínez, entre Carlos Menem y Eduardo Duhalde y más evidente la de Cristina y su vice Julio Cobos, pero siempre hubo un respeto público al menos a la investidura. Se sabe, además, que el medio que publicó esa nota responde a ciegas a La Cámpora y esta a Cristina. La Jefa mantiene a un partido justicialista desprovisto de sustancia, tanto que se encargó personalmente de descalificarlo con aquél: "Que se suturen el o...". Muchas veces hemos recordado que una cosa es el mando y otra el comando. Alberto tiene el comando y el título de Presidente atribuido por una elección, no es poca cosa. Pero no tiene el mando que pasa por las oficinas del Instituto Patria tanto desde el punto de vista ideológico como instrumental. Alberto no tiene gente propia para cubrir los centenares de cargos en las numerosas oficinas del Estado tanto en Buenos Aires como en el resto del país y el mando ha pensado valerse de esa falencia para producir designaciones que le garanticen un dominio territorial que no logró conquistar durante los 12 años de gestión anterior. Esta situación entraña una ventaja y un peligro. La ventaja es la clara voluntad, demostrada en estos días de pandemia, de oponer resistencia desde ese 40 por ciento que no votó al oficialismo. No todo se le hará tan fácil. La desventaja es la estrechez del camino a recorrer, antes de las elecciones del año que viene: si se desgasta la figura presidencial, acecha la toma de control del poder total por Cristina y su hijo Máximo. Si por el contrario se omiten o moderan las críticas para no tentar a Cristina, se convalida y admite una situación irregular, que no gobierne quien fue elegido y lo haga un grupo en las sombras. Nada tan extraño, ya lo vivió el país con Isabel Perón y López Rega. Un dilema difícil de resolver que requeriría de una cintura política y una creatividad que por ahora no se presentan. Pese a la reciente aparición de Mauricio Macri en un reportaje en Chile, la coalición opositora mantiene su táctica de moderado silencio y lejanía, se cree que para preservar a los principales dirigentes o para no desviar la atención. San Juan ha dado ejemplo histórico en los dos sentidos. Gómez Centurión fue elegido contra su íntima voluntad por Leopoldo Bravo, no tenía otra opción cuando fracasó el intento de unirse a los radicales de Héctor Seguí. El geólogo fue bordando de a poco y con muchas dificultades un liderazgo propio que, cuando menos, le garantizó finalizar su mandato y terminar sus días con el nombre limpio como diputado nacional, algo bastante poco común en esta provincia. Más tarde, Juan Carlos Rojas, reemplazante de Jorge Escobar desplazado por juicio político, no pudo resistir la presión del empresario quien en el poco tiempo de ejercicio había logrado hacerse del mando. Rojas no pudo terminar su efímero mandato y tampoco lo haría más tarde Alfredo Avelín cuando el poder real permanecía en zona peronista, esta vez en manos de José Luis Gioja. En marzo, el gobernador Sergio Uñac derrotó a José Luis Gioja en la interna del PJ. De no haber sido así, San Juan estaría en la misma situación de doble comando.

Nadie esperaba la pandemia, fue sorpresa para todos. Por la razón que fuere, no obstante los graves y sucesivos conflictos que asuelan desde el encierro, el miedo y el desbarranco económico, nadie protesta orgánicamente como lo habría hecho de gobernar una fuerza distinta al peronismo. Despidos, suspensiones, inflación, tasa de interés, default de la deuda, cierres de comercios por decenas de miles describen un variado polvorín cuya mecha "está corta" pero que nadie enciende. No es difícil imaginar cómo estaría la calle con Macri gobernando y 120 días de "cuarentena". Algo raro es que el peronismo parece haber perdido el dominio de la calle. Resumiendo, grandes problemas y grandes dudas sobre quién debe echar mano a las soluciones. Es tal la complejidad de las dificultades que tal vez sean ellas mismas la causa de un consenso en que gane la cordura en busca del mejor resultado posible. Que así sea.