El jueves pasado, el ministro de Economía Nicolás Dujovne en su visita a Diputados para presentar su proyecto de Ley de Presupuesto, negó enfáticamente la posibilidad de que alguno de estos sistemas esté siquiera en estudio del Gobierno, no obstante, los comentarios en la calle justifican que nos ocupemos de recordar sus características.

El hecho de que los tres sistemas, dolarización, tipo de cambio fijo y convertibilidad tengan cosas en común puede hacernos parecer que son lo mismo, y no es así. Las crisis cíclicas que venimos teniendo en Argentina, en una de las cuales nos encontramos ahora, nos vuelven a hacer reflexionar sobre qué plataforma deberíamos adoptar para terminarlas o moderarlas. Como buenos latinos, tenemos siempre a mano un pensamiento mágico que nos hace creer que todo depende de una fórmula tipo pastilla de la farmacia para que podamos ser felices y vivir tranquilos. O de un benefactor inspirado que nos resuelva todo siempre que no nos pida esfuerzo. Ya hemos visto pasar radicales, militares, peronistas y coaliciones, pero seguimos pensando en la providencial imaginación de alguien o algunos sin que nosotros tengamos tarea para hacer. Todas las crisis terminan reflejándose en la pérdida de confianza en nuestra moneda y de ahí a la inflación y las devaluaciones. Ambos fenómenos no son más que formas encubiertas de cobrar impuestos que no podemos eludir o evadir. Esa es la razón por la cual, tal vez sin racionalizar pero con gran sentido común, los contribuyentes escapamos de la moneda local y nos refugiamos en otra o en otros bienes, en algo que no pueda ser alcanzado por la voracidad impositiva. La crisis actual y la aparente incapacidad del Gobierno para salir del torbellino nos hacen mirar hacia atrás y, con cierta lógica, analizar qué pasó la única vez que pudimos estar más de una década entera sin sufrir ambas pestes, la inflación y la devaluación. Fue la era de la convertibilidad de Menem-Cavallo que duró desde abril de 1991 hasta que en 2002 se decidiera salir con la "pesificación".

La convertibilidad, exige la emisión de pesos únicamente después de tener en reserva dólares a un tipo de cambio fijo (que en nuestro caso fue uno a uno, un peso, un dólar). En el comienzo, se emitió solo contra las reservas de oro depositadas en Fort Knox, es decir, la última reserva disponible, que ascendía a unos 1.250 millones de dólares. La caída de la inflación fue prácticamente inmediata y la reaparición del crédito a largo plazo con bajísimas tasas de interés hizo recuperar en poco tiempo la economía. Se podría usar los dólares como medio de pago, ahorro o celebración libre de contratos. El peso comenzó a ser respetado porque valía igual que un dólar, había gente que cancelaba una obligación con mezcla de ambas monedas. Claro, ese sistema exigía exportar bienes de manera suficiente como para recibir dólares para poder emitir pesos en la misma cantidad. Ergo, era imprescindible tener balanza comercial positiva o equilibrada, algo muy difícil para la industria manufacturera que se veía obligada a competir con precios del primer mundo. La Pampa Húmeda es un ejemplo, se riega sola y se puede producir mucho con poca mano de obra, la carne y los metales también están en buen nivel por abundancia y calidad. La dolarización en cambio es directamente cambiar de moneda y adoptar como propia la de USA desprendiéndose de un Banco Central y de una Casa de la Moneda para manejarse directamente con dólares sin ningún otro requisito, es lo que hace Panamá. Allí, desde principios del siglo pasado rige esta forma y en 2017 tuvieron una inflación del 0.5%.

¿Se queda más expuesto a los shocks externos? Por supuesto, la posibilidad de devaluar es lo que sirve como colchón de protección para ataques económicos de otros mercados, algo tan frecuente en nuestra época de globalización. Sobre todo si se padece de algunos problemas estructurales como una falta total de competitividad de los procesos productivos de bienes que se pretende exportar. Vulnerabilidades como se les dice. Para los problemas de caja el único remedio es el crédito y esto, con gobiernos demagógicos, puede tornarse en una bola de nieve. Finalmente, tipo de cambio fijo es mantener en el tiempo una tasa de cambio con otras monedas pase lo que pase. En los últimos 10 años, los 8 de Cristina y los dos últimos de Néstor, se usó ese mecanismo y ya vimos lo que ocurrió. Al continuar la inflación obvio que era necesario mantener más alta que la inflación la tasa de interés como forma natural de seducir a los depositantes a mantener su dinero en los bancos. La oportunidad estaba a la vista: Alguien podría traer dólares, cambiarlos a pesos a cierta relación, luego depositarlos a plazo o comprar algún bono y a los vencimientos retirarse y volver a comprar los dólares al mismo precio inicial haciendo una gran ganancia, la llamada "bicicleta financiera". Basta tener buena info de cuándo el Gobierno decidirá devaluar o capacidad de análisis para pronosticar cuándo la devaluación será inevitable para salir antes y llevarse las alforjas llenas. Es lo que causó el caos de Macri con las Lebac. En definitiva, lo que hay que tratar de tener siempre es balanza comercial positiva, vender más que lo que se compra y, de ser posible, simultáneamente, equilibrio fiscal o superávit fiscal. El equilibrio fiscal es un problema interno a resolver por la política, el superávit comercial es algo más difícil y casi imposible con dolarización o sistema convertible uno a uno. En esos casos hay que abandonar la idea de vender productos con valor agregado y dedicarse exclusivamente a exportar materias primas. Chile es un ejemplo, carece casi totalmente de industria y vive del cobre, la pesca y la fruta. Desde este lado de la cordillera somos testigos de que pasan gobiernos de izquierda y de derecha pero no tiene inflación. Según parece acá nunca ocurrirá, tampoco volveremos al default, ha asegurado el ministro. Mucho mejor si esta nota no resulta un recuerdo del futuro.