Década del "70. San Juan era referente y pionera en el folclore de Cuyo por la calidad y cantidad de sus representantes. Tan es así, que al instalarse en esos momentos en el país el sello "'Internacional Parnaso Record'', los tres primeros intérpretes que grabaron en el país fuimos sanjuaninos.

La cultura de esta provincia ha quedado muy afectada por la desaparición paulatina en el campo de la música de figuras señeras: Los dúos: Hermanos García, Minguez-Barboza, Sisterna-Peralta, Flores-Navarrete, los conjuntos Los Puneños y Los Manantiales, Ernesto Villavicencio, Rodolfo Páez Oro, Saúl Quiroga. La pérdida ha sido demasiado grande, y eso hoy se siente sobremanera.

Por aquella verdadera época de oro, se juntaron a los nombrados y otro grupo de artistas de similar calidad dos cauceteros que llegaron a escena con un cantar vigoroso y decididamente cuyano. Oscar Pelaytay y Esteban Rojas formaron en 1966 el dúo Pelaytay-Rojas, de reconocida trayectoria. Hace unos meses murió Esteban, dotado de una excelente segunda voz, y un hueco doloroso y sonoro ha invadido Caucete y las peñas sanjuaninas, aquel "espacio vacío'' de Alberto Cortez.

Esteban Rojas era un tipo afable y bonachón, noble quizá sea el mejor calificativo. Era una segunda voz de tono tradicional, el respaldo musical y la guitarra acompañante. Muchas veces estuvimos en escenarios donde -me consta- pusieron sangre y fuego para interpretar esta música que nos honra a los cuyanos, a la que corresponde dignificar no sólo con su difusión, sino con interpretaciones encendidas y tratando de otorgarles la mayor calidad.

Las galas de Caucete estarán por un tiempo de luto. Seguramente la Diagonal será, durante un lapso imprecisable, una herida transversal sin cerrar, una acequia confundida de silencios; surcos de tristeza en una tierra que es prolífera en cantores y guitarreros. Desde que un cantor se calla, nada es igual. Por un tiempo, hasta que las penas se acomoden en el fuego cruzado del pecho, un canto menos nos hará sentir más pobres y desprotegidos de vibraciones, sentimientos y quimeras. El ser humano es insustituible por su singularidad. Nadie es igual a otro ni podrá ocupar su lugar. Aunque, en el caso del cantor, un reguero de memoria disimulará su ausencia física, una canción de cuño inagotable ha de prologarlo por acequias y mutismos, hasta que aquello que nació ilusión se incorpore a nuestras cosas para constituirse en algo imprescindible.