En la vida de estos dos americanos, Sarmiento y de Lincoln, aparecen múltiples coincidencias: la pobreza del hogar paterno, la infancia, las primeras lecturas, las dificultades de la lucha, las virtudes, la austeridad republicana y el ensueño que cifraron en el destino de sus respectivas nacionalidades. Fueron contemporáneos, nacieron a sólo dos años de distancia en un continente que anhelaba la libertad. Abraham Lincoln nace el 12 de febrero de 1809, en un humilde condado de Kentucky y Sarmiento en 15 de febrero de 1811 en el modesto barrio de Carrascal de San Juan. Los dos hogares se caracterizaron por la pobreza, el trabajo y el estudio. Cuando el muchacho de Kentucky leía la Biblia, la Vida de Washington, las fábulas de Esopo, las aventuras de Robinson y la historia de los Estados Unidos, al mismo tiempo Sarmiento se maravillaba con las páginas de la Biblia, los manuales Ackermann, la historia de Grecia y Roma, la vida de Cicerón, escrita por Middleton y la vida de Franklin que lo fascinaba.

Lincoln surgió cuando su patria tenía ya 33 años. En cambio Domingo Faustino nació cuando la patria acababa de nacer. Por eso confesó: "Yo nací en el noveno mes de la Patria".

A ambos les cuesta llegar. En vez del camino fácil, los dos escogen las sendas más ásperas y llenas de obstáculos. Ninguno de los dos sabe mentir, ni adular, ni comulgar con la injusticia y con los intereses creados. "El único camino de la vida es la verdad, aunque ella sea dura y amarga", diría Lincoln. En la lucha propuesta de predicar la verdad, Lincoln escoge el instrumento de la palabra hablada, fue un gran orador; Sarmiento elige el artículo periodístico, el libro, el panfleto. Lo años 1861 y 1862 fueron consagratorios para ambos. En marzo de 1861 Lincoln asume la primera magistratura de su patria y dirige después la guerra contra los Estados Esclavistas del Sur para emancipar a los negros. En los primeros días de 1862 Sarmiento llega a la gobernación de su pueblo natal y después debe afrontar la guerra contra el Chacho. En 1863 ambos viven con la obsesión de las guerras que afrontan y que dirigen. Sin embargo, hubo algunas divergencias psicológicas cuando afrontan el instante de su más alta consagración. Lincoln aparece sencillo, humilde, evangélico. Su existencia estaba aureolada por una modestia republicana, difícil de superar. Sarmiento en cambio fue siempre egolátrico y tempestuoso, pues no conoció nunca la resignación. Reclama, litiga, protesta: los dos personajes que, en tantos aspectos parecían haber sido plasmados en el mismo molde, debieron encontrarse en la Casa Blanca de Washington a fines de 1864 o en los primeros meses de 1865. El 7 de abril de 1864 Sarmiento abandona el gobierno de su terruño para asumir la representación diplomática ante Lincoln. Va a conocer, por fin a ese hombre que tiene sus mismas inspiraciones de civilizador y que asumía la segunda presidencia. La demora en Lima le resultó fatal. Cuando llega a Nueva York ya no existía Abraham Lincoln, pues mientas navegaba, la bala de John Wilkes Booth había tronchado la vida de esta existencia brillante, destrozando la cabeza luminosa del apóstol que combatió la esclavitud.