"En el fondo toda búsqueda tiene un solo fin: reencontrarnos con nosotros mismos''. Esta frase que alguien escribió parece perdida en una ciudad de millones de habitantes aplastados por urgencias, necesidades y expectativas. Los entendidos dicen que en el curso del día actúan sobre un individuo en una gran ciudad, cerca de 15.000 estímulos, tales como el ulular de una sirena, el ruido de motores, voces de personas, semáforos, afiches callejeros, fotografías o artículos de los diarios, cortes de calle, accidentes, etc. La intensidad de ese bombardeo de imágenes, sonidos y percepciones sensoriales del exterior es tan abrumadora que el hombre termina por abandonar lo más preciado de su yo: la individualidad. Pero estas mismas influencias inevitables encierran otros peligros: el de provocar estados y formas de alineación colectivas.


¿Cómo hace el individuo en esta situación para enfrentar los factores distorsionantes, cuando a los ya enumerados se agregan los problemas familiares, económicos, laborales, sentimentales o de alguna enfermedad? ¿A qué arbitrios recurre para clarificar su criterio, saber lo que quiere y a dónde quiere ir? Como la meditación, son, generalmente y máxime en esta época conceptos marginales especialmente para los jóvenes, muchas veces optan por el sometimiento, es decir, por entregarse a ser gobernados por su medio circundante o por distintas formas de evasión. No siempre se hallan fórmulas para determinar maneras más o menos afortunadas de escapismo. Es por eso que en nuestro siglo ha avanzado un hábito que ha generado vertiginosamente adeptos en todo el mundo: el consumo de drogas. Esta situación no se borra con la acción represiva ni con la mejor de las terapias. Quienes adhieren a la toxicomanía pueden o no ser enfermos, pero cuando este hábito se extiende y alcanza a generaciones enteras, ya no se trata solamente de casos individuales sino de un fenómeno de raíz colectiva.


La toxicomanía juvenil es una especie de suicidio social que muchos jóvenes practican y asumen hasta las últimas consecuencias. Combatirla no es suficiente. Es indispensable analizar las causas que los precipitan a ese vacío, a ese abismo. Tomar drogas no es sólo un lento hundimiento en la locura de un vicio horrible sino, además, una manera colectiva de negar valores y sepultarlos con esos desplantes. Por entender que el problema es de naturaleza eminentemente social. Se debe apelar a algo más que a la amenaza de reprimir a los adictos. Se trata de devolver una fe que los jóvenes parecen haber perdido, valores que han olvidado, y especialmente sus mayores, ofrecerles una salida luminosa a sus angustias e inconformismos con imágenes y con estas palabras: "Si crees que el mundo es sórdido, no contribuyas a esa sordidez''. El individuo, persiguiendo la ilusión de su felicidad, siempre corrió detrás de las quimeras.


Cuenta Homero que en el banquete a Telémaco, cuando éste evocaba el destino todavía incierto de su padre Ulises, Helena sirvió al héroe el "Nephentos'', sustancia que daba olvido al dolor y a la desgracia. En el caso de las drogas, esa evasión se parece a un suicidio.
 

Carlos R. Buscemi  -  Escritor y Docente.