Sobre la costa del Pacífico, cerca de San Antonio, a unos cien kilómetros de Santiago de Chile, un pueblito de pescadores se convirtió en leyenda por obra y gracia de un poeta.
En Isla Negra, con forma de viejo barco mirando al Pacífico, pisos crujientes y pasadizos dificultosos, construyó Pablo Neruda un nido con su esposa Matilde Urrutia. El mar los respaldaba, y todos los días les arrimaba viejas historias desde todos los puertos, las que caían redondas a sus pies en forma de olas, aleteos de gaviotas y botellas con barquillos.
El sitio es un hogar y un santuario de la poesía. Es fácil conmoverse allí, sabiendo que el mar, así como trajo a Pablo a esta morada, cotidianamente se lleva sus poemas al mundo en mensajes frutales e incursiones de lunas.
Andan allí musas buscando al poeta para volver a realizar el milagro de la poesía. Vienen y van en galeones de azúcar, y se trepan de noche a las barcazas de los pescadores para oficiar de antorchas. Y así lo harán siempre, porque el poema es una especie de alma en pena que busca refugio en corazones, y siempre habrá alguno que lo requiera.
Un muchacho de unos 25 años escribió una vez su Canción Desesperada ("Puedo escribir los versos más tristes esta noche”). Un hombre maduro, en "Los versos del Capitán”: "Deja que el viento corra coronado de espuma, que me llame y me busque galopando en la sombra, mientras yo, sumergido bajo tus grandes ojos, por esta noche sola descansaré, amor mío”.
Hay que ser muy grande para diseñar poesía en base a las comidas. Neruda pudo hacerlo y con una magia incomparable en sus famosas Odas, tal -entre muchas otras- su "Oda a las papas fritas”: "Chisporrotea en el aceite hirviendo/ la alegría del mundo:/ las papas fritas entran en la sartén/ como nevadas plumas/ de cisne matutino/ y salen semidoradas/ por el crepitante/ ámbar de las olivas.
Dicen las buenas lenguas que en Isla Negra, cuando el mar se doblega y arriesga sueños de espuma por la costa, unos extraños rumores que se enarbolan por sobre las sombras como luces buenas, lo salen a homenajear y lo invitan a visitar los trofeos que Pablo guarda allí; que palpe los mascarones de proa que el poeta liberó del mundo de la fantasía; que se mire viajero en las botellas con barquillos; que construya una sinfonía con las conchas; que palpe allí la vida como un caleidoscopio inagotable.
Según las creencias, la muerte es una estación, un barranco o la frutilla del postre. Para un poeta es algo más o un modo de sobrevolar las tres concepciones, porque el poeta ha forjado un destino especial, habitar por siempre conciencias, sueños y territorios. Para seguir homenajeando y disfrutando la vida, Pablo y Matilde están sepultados en Isla Negra.
