Muchas personas creen que editar un libro es una tarea sencilla y poco onerosa. Algunos no ven en ello el enorme esfuerzo cuando el proceso es al revés de lo usual y no es la editorial la que busca al escritor sino el escritor el que recorre y siente cada vez más lejos el sueño del libro en soporte papel que sigue siendo la manera preferida de editar. Ese proceso para nuestro país ha sido siempre dificultoso y para la provincia, aún más. Es el autor quien debe salir a "capear temporales'', a invertir un dinero que generalmente no vuelve fructificado en ganancia material sino en todo sentido, el resultado es sencillamente el placer de encontrarse con algo que pertenece a las motivaciones del intelecto y que se vuelca al papel desde el corazón. Las dificultades para editar han existido desde que tenemos conocimiento de las primeras imprentas ya que los sistemas han tardado mucho en perfeccionarse.


Hace un tiempo, en la Casa Natal de Sarmiento nos contaban de los libros que estaban en la familia de Sarmiento (con una muestra maravillosa) y la persona encargada de guiarnos relató, de la época del prócer, las mismas dificultades editoras de hoy cuando pareciera que todo es mucho más sencillo. De alguna forma lo es, pero los elevados costos de los insumos para imprimir y las máquinas que llevan a cabo la obra, suelen romperse y sus repuestos o reparaciones, según el caso, tienen elevadísimo costo. El papel duradero y de calidad es caro, el grosor de las tapas de un libro, su brillo u opacidad y los colores implican que un presupuesto alcance valores prohibitivos para el bolsillo.


La industria editorial sanjuanina de alto nivel es muy escasa. Por eso cuando alguien tiene la posibilidad de editar su libro o ver impresa su participación en una revista o folletín, desea que tenga una cierta calidad que no todos están en condiciones de ofrecer.


Las ediciones sanjuaninas han logrado mejorar ostensiblemente pero no han alcanzado una gran calidad y durabilidad, un acabado prolijo y una resistencia al paso del tiempo, pero pasa lo mismo cuando uno toma un libro editado en Buenos Aires, a veces flojos en el pegado y encuadernado, se deshojan impiadosamente al primer contacto. Cuando uno observa el estado de conservación de ejemplares de otros tiempos donde las tintas, el papel, el ensamblado del libro es tan perfecto que aunque quisiéramos e intentáramos desarmarlos oponen una resistencia increíble, cabe pensar cómo pudo lograrse tan alta impresión con menores recursos que los de hoy. Vemos deficientes ediciones capaces de destruirse con increíble rapidez e impresiones que se decoloran, rayan o alteran con demasiada facilidad.


El precio de venta de un libro, cuando la tirada es en sí misma acotada, resulta exorbitante para el público consumidor que generalmente desconoce todo esto que contamos. Editar sigue siendo para muchos un esfuerzo que pocos valoran en tiempo, recursos y resultados cuando un libro ve la luz e invita a ser disfrutado. Sigue siendo para el autor, la utopía de sentir que estamos dejando en el mundo algo que nos pertenece y que quisiéramos compartir con muchos.