Abogar por la libertad y el derecho de la mujer a la educación parece una incongruencia del mundo actual caracterizado por garantizar la igualdad de género. Sin embargo, en lugares donde imperan costumbres tribales ancestrales, endurecidas por el extremismo, como en aldeas paquistaníes junto a la frontera afgana, la escolarización de las niñas y los derechos humanos elementales todavía son una utopía social. Por ello, la valentía de Malala Yusafzai, la activista adolescente de 16 años, que en octubre de 2012 fue atacada en el noroeste de Pakistán por un grupo de talibanes por asistir a la escuela, ha sido distinguida con el premio Sajarov a la libertad de pensamiento, que otorga el Parlamento Europeo y estuvo nominada para el Premio Nobel de la Paz.

El mérito de la joven fue que no se dejó amedrentar por los fundamentalistas y tras extraerle la bala en su país, dejó la localidad de Mingora, en el valle de Swat paquistaní para seguir la rehabilitación en Londres, donde inició una intensa campaña en defensa del derecho de las niñas paquistaníes a recibir educación y no ser perseguidas cuando buscan ocupar puestos dignos de trabajo. A través de las redes sociales impuso al mundo de las crueldades de género de la represión de los talibanes mientras su pueblo estuvo bajo el dominio de los integristas

La chica paquistaní se ha convertido en un emblema del derecho a la educación femenina, tanto por haber sobrevivido al ataque talibán como por sus denuncias en favor de los 250 millones de niñas en el mundo que no pueden ir libremente a la escuela. Su blog impactó políticamente en el Parlamento europeo y fue una guía para la BBC en su campaña contra la discriminación femenina en el mundo musulmán radicalizado.