Los padres son los primeros y principales educadores en sexualidad y afectividad, puesto que han dado la vida a sus hijos y son responsables de su felicidad. Todos queremos ser felices, y el camino para lograrlo es amar de verdad. Si queremos que los hijos sean felices han de aprender a amar. Y el ámbito privilegiado para amar y ser amado y, por lo tanto, para ser feliz, es la familia.
La familia es el espacio en el que se encuentran los afectos más profundos, en donde se transmiten los valores, en donde el hombre se humaniza y socializa; aprende a amar y a relacionarse correctamente con los demás. El amor incondicional, fundamento de la felicidad, se vive y se transmite en la familia. Por eso, la verdadera educación integral de la sexualidad es una educación para el amor, para alcanzar la felicidad.
A partir de la ley 26.150 también la escuela colabora con los padres en la educación de la sexualidad de niños, niñas y adolescentes. Esta educación complementaria es eficaz si la familia y la escuela trabajan en sintonía y comparten los valores fundamentales de la sexualidad humana. En particular, reconocer que sexualidad, amor y vida son inseparables. Más aún, la sexualidad está al servicio del amor y de la vida.
La educación sexual integral va más allá de enseñar a los alumnos sobre las relaciones sexuales y las infecciones asociadas a ellas, sobre el preservativo y los embarazos, porque sexualidad no es sinónimo de genitalidad, ni educación de mera información. Concebir al hombre como persona, es decir, como un ser bio-psico-social-espiritual, excede la perspectiva que identifica la educación sexual con la instrucción genital hedonista y permisiva, que intenta el máximum de placer sin limitaciones de ninguna clase.
La multidimensionalidad de la constitución de la sexualidad humana requiere necesariamente un abordaje integral que abarque los aspectos biológicos, psicológicos, sociales, afectivos y morales de la misma.
Es un desafío para los padres y para los docentes ayudar a las nuevas generaciones a convertirse en personas adultas, responsables y felices; capaces de vivir su sexualidad y afectividad según la verdad inscrita en el ser mismo de la persona; capaces de tomar decisiones libres y acertadas; de cuidarse a sí mismos y a los demás; de relacionarse de manera saludable y equitativa con los otros.
La persona es inteligente y libre, y puede decidir no solamente acerca de sus cosas y actividades, sino incluso acerca de su propia vida. Por ser libre es capaz de amar. El hombre existe para amar y ser amado. Pero nadie nace sabiendo amar. Saber amar es el éxito del vivir.
Eduquemos para el hoy y el mañana a los niños, niñas y adolescentes en el arte de saber amar.