El regreso a las clases después de las vacaciones, es una oportunidad para analizar la situación actual de la educación, con la serenidad necesaria para entender lo que pasa y poder anticipar el futuro.

Los hechos de violencia en el ámbito escolar están reclamando atención, se repiten con la gravedad necesaria para causar alarma. DIARIO DE CUYO en su edición del 4 de junio pasado, refleja en una noticia un fenómeno creciente, enfrentamientos entre alumnas dentro y fuera del edificio escolar, presencia de familiares de las adolescentes involucrados en el hecho, un alumno que hiere a otro, un disparo sin consecuencias; ya es un tema de actualidad que aumenta las preocupaciones de la escuela de nuestro tiempo, sumándole tareas a las propias del arte de enseñar. El análisis lleva a explicaciones en torno a características actuales, se vive un tiempo de crisis, sumado a que la adolescencia tiene su propia crisis; se ha perdido en parte de la sociedad normativa y valores ignorados desde un pensamiento débil que no aporta nada y niega mucho. La instalación mediática de modas efímeras agrava la situación. Pero eso no puede impedir la capacidad de reacción en los adultos y en la juventud, enfrentando el tema con serenidad puede sorprender la respuesta en los mismos alumnos, no se pueden desaprovechar esas reservas espirituales que la falta de sentido no puede anular. Para que haya respuesta se necesita el llamado, una escuela que cree el ámbito de confianza, donde el alumno se sienta aceptado; no solo tolerado mientras él tolera la escuela, hasta llegar a la edad en que se libera de esa tolerancia.

Una visión idealista que exija al alumno la negación directa de los conflictos, que lo ubique fuera del contexto de conflicto, y le exija actuar como si no existieran, sin averiguar la situación singular de cada uno, o que incluso lo responsabilice de lo que está sufriendo; puede crear en el alumno la imagen de la mutua tolerancia sin solución de fondo. Tampoco es el caso de instalar un fatalismo del cual el joven crea que no puede salir, que su situación es irremediablemente conflictiva. Frente a la realidad debe contar con alguien que sabe entenderlo, que de alguna manera vive también su situación acompañándolo, no para condenarlo sino para guiarlo. Para eso se hace necesario considerar las características del alumno de hoy, que no se reducen a la violencia y a la falta de respeto, además no tolera el silencio ni el esfuerzo. Un estudio realizado en el 2009 en 65 países ubica a Argentina en el último lugar en disciplina escolar; en la capacidad en lectura, ciencia y matemática, está en el lugar 58. La raíz del problema en parte se ubica en la exagerada distracción adolescente que atenta contra la formación de hábitos de lectura y disciplina, en el debilitamiento de la autoridad de padres y maestros, en la excesiva liberación de los jóvenes que permanecen fuera de la casa enfrentados a situaciones de riesgo sin la formación adecuada, en otras situaciones modernas como uso de tecnologías mediáticas sin control; eso hace difícil encontrar soluciones a corto plazo. El ejercicio de la autoridad supone el respeto a la normativa básica para entenderse, eso puede ayudar a recuperar valores fundamentales, el sentido de la autoridad que sabe guiar y ayuda a pensar, la disciplina áulica que favorezca el aprendizaje.

Cómo favorecer el pensamiento. Al no tolerar el silencio, incluso buscar estridencia, la mente parece dirigida a lo superficial, efímero, sin reflexión.

La violencia de la sociedad puede reflejarse en la escuela, pero eso no disminuye la gravedad del tema, al contrario, agrava la percepción de la realidad, porque la escuela debe enfrentar una situación difícil al proyectarse a ella conflictos familiares, sociales, falta de ideales nobles; un vacío que el maestro tiene que superar para lograr disciplina en la conducta y en el estudio.