En el año 325 se realizó en la ciudad de Nicea un gran Concilio que dejó huella en la fe cristiana. Se desarrolló desde el 20 de mayo hasta el 25 de julio de ese año, y fue convocado por el emperador Constantino quien deseaba ver unida la iglesia, así como su imperio. 

Se dispuso que todos los obispos que concurrieran a esta augusta asamblea tuvieran las facilidades de viaje, haciendo uso de carros y caballería gratuitamente, como si se tratara de un asunto de Estado. 

Cabe destacar que algunos de aquellos Pastores, que habían sobrevivido a las últimas persecuciones, llegaban a Nicea mutilados, cojos, marcados por terribles cicatrices o con los ojos vaciados por el hierro candente del verdugo. El papa que estaba en ejercicio era Silvestre y la principal problemática a tratar fue el arrianismo.

¿Quién fue Arrio? Un presbítero que venía de Alejandría y que establecía una diferencia esencial entre el Padre y el Hijo, haciendo de Cristo una creatura perfecta, pero engendrada por el Padre y posterior a Dios; añadiendo que hubo un tiempo en que no existía Jesucristo, y que el Hijo, como todas las creaturas, era susceptible de variación.

El concilio tuvo el mérito de definir la posición ortodoxa acerca de la divinidad de Cristo, en el sentido de que Cristo, como el Hijo de Dios, era coeterno e igual al Padre.. 

Presidente del Concilio

Quien presidió este concilio, por designación del papa y del emperador, fue Osio, obispo de Córdoba, el cual sirvió a la iglesia con denuedo en el siglo IV. Fue él quien condenó por primera vez los errores de Arrio. Cabe señalar que el papa no estuvo presente, sino que fue representado por Víctor y Vincentius, ambos sacerdotes romanos.

Otro poderoso defensor de la fe en Jesús consustancial al Padre fue Atanasio, natural de Alejandría, quien, al ser nombrado obispo el año 328, se destacó por su defensa del credo niceno y se lo llamó padre de la ortodoxia y columna de la fe. Otros hombres notables de esta etapa del cristianismo fueron Basilio el Grande, Gregorio Nacianceno y Gregorio de Nisa en el Oriente así como Hilario y San Ambrosio en occidente.

Luego que el emperador Constantino diera comienzo al Concilio, tuvo a cargo un breve discurso, las sesiones se iniciaron a fin de completar la agenda.

Posición sobre la divinidad

Este concilio tuvo el mérito de definir la posición ortodoxa acerca de la divinidad de Cristo, mediante el uso del término griego “homousios”, en el sentido de que Cristo, como el Hijo de Dios, era coeterno e igual al Padre, puesto que era una misma sustancia o esencia. 

De los documentos que se firmaron en el concilio de Nicea, está el credo que se transcribe literalmente: “Creemos en un solo Dios, Padre Todopoderoso, Creador de todas las cosas visibles e invisibles; y en un solo Señor Jesucristo, el unigénito del Padre, esto es, de la sustancia del Padre, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho, en el cielo y en la tierra; que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo, se encarnó y se hizo hombre, padeció y resucitó al tercer día, subió a los cielos y volverá para juzgar a vivos y a muertos. Y en el Espíritu Santo..”. .

Finalmente, el concilio promulgó veinte cánones de orden disciplinar. 

Nicea fue una muestra de la Providencia Divina, para conocer y amar mejor a Jesús, Señor de la historia.

 

Por el Pbro. Dr. José Juan García