Han pasado más de 30 años desde que se formó el Mercosur. Los países miembro podrían haber negociado en conjunto las vacunas Covid, pero ni aún la extrema necesidad pudo conseguir que las partes se pusieran de acuerdo.

Décadas atrás comenzó a desarrollarse en el mundo la idea de la regionalización comercial, la unión de ciertos espacios geográficos con economías complementarias para optimizar el uso de recursos y bajar los costos. Lo primero fue el nacimiento de la Comunidad Económica Europea que avanzó a la actual Unión Europea cumpliendo exitosamente todos los pasos previstos en el plan original llegando hasta lo más delicado, la imposición de una misma moneda para todos los países miembro y, por supuesto, un único ente regulador de su circulación el Banco Central Europeo. Algo parecido se intentó sin el mismo resultado en América con el NAFTA, North American Free Trade Agreement, Acuerdo de Libre Comercio de Norte América y el Mercosur, Mercado Común del Sur. La iniciativa de los entonces Presidentes Raúl Alfonsín de Argentina y Jorge Sarney de Brasil (había reemplazado por muerte a Tancredo Neves, era ampliar la escala de producción para garantizar no sólo mejores ventas entre los socios sino también proteger las industrias locales que se verían amenazadas por los grandes monstruos del norte. Ellos se juntan, hagamos lo mismo. Al mismo tiempo se habían integrado los llamados "Tigres Asiáticos", presionando con calidad y precios a todas las manufacturas de occidente. Uruguay y Paraguay aceptaron rápidamente la invitación podría decirse que por necesidad, su ubicación geográfica las dejaría apretadas por esa especie de morsa que serían los dos grandes del sur. De todos modos, Argentina y Brasil suman más del 90 por ciento del PBI y del comercio intrazona. La tarea no iba a ser fácil, se requería ir unificando estructuras para conseguir los mismos costos en los 4 países, entiéndase la estructura jurídica, las legislaciones civiles, comerciales y laborales, un lugar político para abordar los problemas comunes y, lo más inmediato, abrir las fronteras para cualquier emprendimiento, mejorar las comunicaciones y demás. Superados esos obstáculos, se llegaría a la etapa del establecimiento de un arancel externo común, es decir, cobrar en cualquiera de los países la misma tasa de importación a productos de otras regiones y, finalmente, la emisión de una misma moneda. Pasados más de 30 años desde la firma de los primeros convenios, vemos que se ha avanzado muy poco, apenas si se ha dejado atrás el punto de partida y hasta pareciera haberse abandonado la voluntad inicial. Una prueba contundente es la reciente discusión frontal entre los presidentes de Argentina y Uruguay a propósito de profundas diferencias en la política exterior sobre todo luego de la salida de Argentina del grupo de Lima por no compartir la evaluación sobre la dictadura de Venezuela. Un paso adelante pareció darse durante los 90 del siglo pasado. Argentina primero y Brasil después, cambiaron su moneda llevándola a una paridad con el dólar estadounidense, el peso convertible en Argentina y el Real en Brasil. Duró poco porque a corto plazo Brasil devaluó imprevistamente su moneda el 20 por ciento sin avisar a sus socios, algo a lo que estaba obligado para no causar desequilibrios en el intercambio de mercaderías, es sabido que una devaluación mejora el perfil exportador y entorpece las importaciones, devaluar es una jugada que modifica instantáneamente la relaciones comerciales. Argentina mantuvo algunos años la tasa de cambio 1 a 1 con el dólar hasta que también siguió el mismo camino a inicios del nuevo siglo. Otra muestra de falta de interés es la curiosa existencia del Parlamento del Mercosur que prácticamente nunca se integró y que era el espacio necesario para ir acordando una legislación única para la zona y a la vez un lugar dónde debatir los problemas generales. Un extremo casi absurdo fue la prohibición ensayada de un lado y otro, siempre Brasil y Argentina, para ciertos artículos como los zapatos y los pollos con réplicas menores en especies como las pasas y el aceite de oliva. Paraguay no se quedó atrás permitiendo circular en su territorio vehículos robados en Argentina. El tiempo fue mostrando a observadores interesados como Chile que era más práctico cerrar acuerdos bilaterales con terceros países antes que esperar que todo el grupo se pusiera de acuerdo con pérdidas de tiempo y oportunidades en un mercado mundial muy ágil y competitivo. La reciente iniciativa aun en trámite de firmar convenios con la Unión Europea ha generado resistencias y finalmente se ha estancado. El reciente desencuentro con Uruguay que terminó con una incómoda discusión de dos Presidentes en una reunión ordinaria por zoom, se originó en el deseo del país oriental de liberar parcialmente a cada socio flexibilizando la capacidad de negociar con terceros permitiendo una mayor independencia. Una manera académica y elegante de reconocer que no viene resultando beneficioso negociar en conjunto. Una muestra de esta realidad ha sido la adquisición de vacunas, tratos que hizo cada cual por su cuenta cuando por lógica hubiera sido más conveniente realizarlos en grupo. Ni aun la extrema necesidad pudo conseguir que las partes se pusieran de acuerdo. ¿Será el réquiem final? Esperemos que no, la ilusión sigue viva.