El conocimiento es un bien que demanda investigar y ello no se logra sin un cuerpo de preguntas que apunten a esa finalidad. Preguntar y responder son los opuestos en ese arco del saber en el que el hombre experimenta la vida. El conocimiento se vincula con el estudio y con las consecuencias de la experiencia; ambos aspectos tienen el mismo peso en ese heroico paso del ser humano durante el transcurso de su existencia y de su proyección sobre el planeta.

"Lo que impregna al alma del deseo de conocer, es la idea del bien, es el principio de la ciencia y de la verdad", dijo Sófocles, el trágico poeta griego antes de finalizar el siglo V a.C. y sentó así las bases filosóficas del conocimiento. Y, fundamentalmente, abrió un panorama que sirve hasta hoy al vincular el principio de la ciencia y de la verdad, dos aspectos de la vida que generan los mejores bienes espirituales y morales de los hombres. Se demuestra, también, que siempre hubo una meta para el hombre que piensa.

¿Se extiende esto hasta hoy en el terreno de la vida? Siempre que se plantea una pregunta de estas características que va más allá del presente, surge una respuesta negativa. No por maldad ni inoperancia sino porque el consumismo, el exitismo y la multiplicada creación de necesidades que no son tales, parecen que han alejado al ser humano del puerto de la verdad.

Además, parecería que al hombre de hoy le cuesta más, que a los de las generaciones anteriores, ser fiel a sus principios de vida y a sus códigos culturales. Hubo muchos cambios en esta evolución y siempre los cambios acelerados fragmentan fácilmente la realidad en nuestros días.

Más bien esto da lugar a una afirmación no confesada de "vive como quieras", que ha contagiado a muchas personas más allá de la edad, de las posiciones laborales y/o económicas que pueda tener. Es decir el hombre se ha volcado hacia la practicidad sin límites en su actividad cotidiana. Esto no puede ser catalogado de bueno ni malo, porque ya las cosas no se califican así. Es, ante todo, la modalidad de una época en la que se han recibido con los brazos abiertos los dones tecnológicos pero -simultáneamente- se han bajado las cualidades de los estándares morales de la sociedad.

Si se apelara nuevamente al conocimiento, es decir al saber por qué debo hacer las cosas de esta manera, se descubrirían, sin duda, pequeños motivos para las grandes causas y el acceso a nuevos horizontes. Esto refleja uno de los grandes déficit de la clase dirigente.