Cada cierto tiempo, las sociedades reciben el regalo de la Providencia de personas que trascienden su tiempo vital y marcan el presente y el futuro con ejemplos muchas veces sencillos, y otras excepcionales. Y en don Emilio Ventura Donper, que habitó para la vida responsable, prevaleció, además, el coraje de vivir, disfrutando de la existencia y transmitiendo esperanza a los demás, aún en tiempos trágicos para la provincia. Quizá por todo eso, a quienes lo saludábamos en la calle, en un café o en cualquier lugar, nos contagiaba su natural optimismo y su sonrisa durante varios segundos.

Se trataba de un hombre de numerosos conocimientos obtenidos por devorar una gran variedad de libros, medios periodísticos locales y nacionales, y de sus muchos viajes al exterior. Ello le daba autoridad, además de su carácter noble, naturalmente comunicativo, para discutir sobre economía, política, información general y deportes, en este caso, para defender a capa y espada los avatares de River Plate, su equipo favorito. Y esas juveniles ganas de estar al día no dejaban pasar las últimas conquistas de la tecnología, como navegar en Internet y meterse en Google en busca de más datos.

Fue requerido por los periodistas en algunos momentos clave de la vida de San Juan, y cuando había pasado sus 80, sin buscarlo nunca, mereció la tapa de un medio de comunicación, "El Nuevo Diario", donde fue dibujado un bello retrato-homenaje, subrayando el valor de un hombre que pudo abandonar San Juan tras el terremoto de 1944, pero que se quedó para contribuir a liberarla de escombros que impidieran verla nuevamente de pie.

Hace unos días descubrimos que había partido en su último viaje, cuando la primera estrella del crepúsculo derramó una lágrima que conmovió a muchos sanjuaninos.

Pero la fiesta que le habrán prodigado sus amigos celestiales, sobre todo don Rogelio Pérez Olivera, que además fue su consuegro, y don Francisco S. Montes, al uso de sus ancestros españoles le habrán gritado al unísono: "¡Te estábamos esperando como agua de Mayo!".

Cuánto hubiéramos dado quienes lo conocimos, por asistir desde la platea terrenal a aquella primera mágica tertulia divina de don Emilio.