Cuántas veces a causa de los pozos del agua contaminados, de los cultivos quemados, de los suelos dañados, motivados por las inútiles pugnas, degradamos nuestros específicos recursos naturales. Deberíamos recapacitar sobre esto. Las Naciones Unidas nos insta a ello, a través de la conmemoración del Día Internacional para la Prevención de la Explotación del Medio Ambiente en la guerra y los conflictos armados, recordado el 6 de noviembre; no en vano, un alto porcentaje de las luchas han tenido alguna relación con la expoliación de los recursos naturales.
Indudablemente, en todas las batallas hay un afán destructivo total, tanto del espíritu de la persona como de su propio hábitat. Nada importa la especie, y con ello, se desvirtúa al propio género humano. En la actualidad, multitud de grupos armados y redes delictivas dañan el planeta con una desbordada cantidad de actividades ilícitas. No entienden que la vida es para vivirla, no para destruirla o derrocharla.
Es tan fuerte el odio, y en otras ocasiones la avaricia, que todo lo contaminan con sus absurdas hazañas o todo lo llevan para sí. Están dispuestos a todo. Carecen de humanidad y tiene la vista puesta en que todos valemos nada. Por consiguiente, propagan la pobreza, lastran las oportunidades de la gente y socavan sueños que no les pertenecen.
En vista de estas miserables actuaciones, por cierto cada día más extendidas y globalizadas, puesto que tanto en tiempos de paz como de guerra, el medio ambiente continua importando más bien poco, a pesar de tanto ecologista, de boquilla más bien, puesto que es la propia especie, en su globalidad, la que tiene que comprometerse con una gestión verdaderamente sostenible de los recursos naturales. Naturalmente, hay que actuar antes de que nos gane la pasividad la batalla más necia.
Por otra parte, uno de los efectos más devastadores del hábitat es el desplazamiento masivo de las personas que huyen de la violencia y la inseguridad, en definitiva de las reyertas, lo que origina una excesiva explotación de los propios recursos naturales. Ciertamente, vivimos en un tiempo difícil, para empezar hemos aprendido a dominar el hábitat a nuestro antojo o capricho, sin antes aprender a dominarnos a nosotros mismos, nuestra propia furia destructiva.
El gran escritor francés, Albert Camus, decía que "el gran Cartago lideró tres guerras: después de la primera seguía teniendo poder; después de la segunda seguía siendo habitable; después de la tercera ya no se encuentra en el mapa”. Sin duda, no le faltaba razón. Vamos camino de la extinción. Por cierto, a mi me cuesta entender ese creciente número de desplazados forzosos en todo el mundo, lo que nos evoca la incapacidad de los gobiernos y, hasta de la misma comunidad internacional, por poner orden y superar divisiones, prevenir y poner fin a los bretes, a las combates baldíos. Sabemos que las operaciones de mantenimiento de la paz son cada día más complejas, porque son entornos operacionales inseguros y en contextos políticos inestables, pero es fundamental intervenir de manera fulminante, no sólo para salvar vidas humanas, sino también por cuestiones ecológicas, evitando de este modo que los problemas ambientales sigan creciendo.