Jesús enseñó con una parábola que era preciso orar siempre sin desfallecer. "Había un juez en una ciudad, que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres. Había en aquella ciudad una viuda que, acudiendo a él, le dijo: "¡Hazme justicia contra mi adversario!'' Durante mucho tiempo no quiso, pero después se dijo a sí mismo: "Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, como esta viuda me causa molestias, le voy a hacer justicia para que no venga continuamente a importunarme"" Dijo, pues, el Señor: "Oíd lo que dice el juez injusto; y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que están clamando a él día y noche, y les hace esperar? Os digo que les hará justicia pronto. Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará fe sobre la tierra?'' (Lc 18,1-8).


La oración es un tema en el que, de modo particular, insiste el evangelista Lucas. Ha hablado ampliamente de ella en el capítulo 11, enseñando sobre todo "qué cosas pedir'', tal como lo explica en el Padre Nuestro (Lc 11,1-4), y "cómo pedir'', en la parábola del amigo importunado (Lc 11,5-8), concluyendo su catequesis con algunas palabras que podrían ubicarse perfectamente como conclusión de la parábola del juez y de la viuda de hoy: "Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, buscad y se os abrirá'' (Lc 11,9). En la introducción del texto citado al inicio, se afirma que Jesús "enseñó con una parábola que era preciso orar siempre sin desfallecer'', con lo cual se muestra que la parábola es para educar al discípulo a una oración perseverante. Así lo manifestó en la parábola del hombre que golpea la puerta de su amigo, quien se levantará a abrirle por su insistencia. También volverá sobre este argumento al hablar de la vigilancia: "Vigilen y oren en todo momento, para tener la fuerza de comparecer ante el Hijo del hombre'' (Lc 21,36). Pero no sólo Lucas resalta el modo de orar sin detenimiento. También lo hará de modo particular el apóstol Pablo, exhortando a sus comunidades a orar "siempre'' (Fil 1,4; Col 1,3) y "sin desfallecer'' (2 Cor 4,1-16, Ef 3,13). El hombre lleva en sí mismo el deseo de Dios. Y el hombre sabe, de algún modo, que puede dirigirse a Dios, que puede rezarle.


Santo Tomás de Aquino, uno de los más grandes teólogos de la historia, define la oración como "expresión del deseo que el hombre tiene de Dios''. El filósofo austríaco Ludwig Wittgenstein (1889-1951), recordaba que "orar significa sentir que el sentido del mundo está fuera del mundo''. En la dinámica de esta relación con quien da sentido a la existencia, con Dios, la oración tiene una de sus típicas expresiones en el gesto de ponerse de rodillas. A él le confieso que soy débil, necesitado, "pecador''. La oración es, en frase del Papa Francisco, "la respiración de la fe''. 


La viuda es el símbolo de la persona indefensa, débil, pobre y maltratada. La viuda del evangelio reza con dos características claves: insistencia y confianza, que son expresión de la fe. Por eso advierte Jesús: "cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?''. Su oración es similar a la de los mártires, de la que habla el libro del Apocalipsis: "¿Hasta cuándo Señor santo y veraz, vas a estar sin hacer justicia?'' (Ap 6,10) Pero no confundamos la perseverancia con la insistencia fastidiosa, ni con la repetición mecánica. No es lo mismo "orar'' que "decir oraciones''. Es verdad que Dios escucha siempre, pero lo hace "a su modo''. No siempre nos da lo que le pedimos, sino lo que su amor sugiere. Perseverar no consiste en la obstinada repetición de la misma pregunta, sino la disponibilidad a cambiarla para recibir la divina respuesta. A veces él tarda en responder, pero su respuesta siempre llega. A veces, las pruebas son el pseudónimo de Dios cuando no quiere firmar con su propio nombre. La parábola termina de un modo insólito: "Cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará fe sobre la tierra?''. Este interrogante pone el dedo sobre la llaga: sin fe no existe oración, sino sólo fórmulas de oración. Creer es todo lo contrario de pretender. Es abandonarse sin complicarse. Decía el célebre escritor británico Graham Greene que, "el Padre Pío es un hombre que reza y un hombre que hace rezar''. Ésta es la definición del cristiano. Y tengamos presente una aguda observación de Francois Mauriac: "Creemos que Dios no escucha nuestras plegarias, pero en realidad, somos nosotros los que no escuchamos sus respuestas''.