El cónyuge es el mejor amigo, el que mejor nos conoce, a quien se confía todo, porque su amor es incondicional.

En artículos anteriores, nos referíamos al amor matrimonial, según el capítulo IV de "Amoris laetitia", del papa Francisco. Queremos ahora reflexionar sobre la undécima característica del amor (1 Cor 13,4-7), "el amor todo lo cree", el amor confía.

Este "creer" del amor, dice el papa Francisco, hay que entenderlo "en el sentido corriente de confianza" (AL,114). Confiamos en nuestro cónyuge, porque lo conocemos y estamos seguros de que es "gente de fiar". El cónyuge es el mejor amigo, el que mejor nos conoce, a quien se confía todo, porque su amor es incondicional y quiere lo mejor para nosotros. Nadie conoce mejor nuestro lado oscuro, nuestros defectos, nuestros aspectos negativos, que nuestro cónyuge, y, sin embargo, nos sigue amando como somos, porque cree en lo bueno y espera que las cosas serán mejores en el futuro. Hay compañerismo y complementariedad que se manifiesta por amor afectivo (gestos amorosos) y efectivo (ayuda mutua). El amor conyugal es la máxima amistad. Y en este sentido, "no se trata sólo de no sospechar que el otro esté mintiendo o engañando". Encierra algo más: se trata de reconocer "la luz encendida por Dios, que se esconde detrás de la oscuridad’, o de percibir "la brasa que todavía arde debajo de las cenizas" (AL,114).

Si en una relación de cualquier tipo, no hay confianza, esta se vuelve muy difícil. La confianza es la base del matrimonio, junto al amor, la comunicación, el compromiso y el respeto. El amor siempre confía y espera las mejores cosas del cónyuge, aunque al presente le vea limitado e imperfecto, pero sabe que el otro se da por entero. 

Escribe Francisco: "Esta misma confianza hace posible una relación de libertad. No es necesario controlar al otro, seguir minuciosamente sus pasos, para evitar que escape de nuestros brazos. El amor confía, deja en libertad, renuncia a controlarlo todo, a poseer, a dominar. Esa libertad, que hace posibles espacios de autonomía, apertura al mundo y nuevas experiencias, permite que la relación se enriquezca y no se convierta en un círculo cerrado sin horizontes. Así, los cónyuges, al reencontrarse, pueden vivir la alegría de compartir lo que han recibido y aprendido fuera del círculo familiar. Al mismo tiempo, hace posible la sinceridad y la transparencia, porque cuando uno sabe que los demás confían en él y valoran la bondad básica de su ser, entonces sí se muestra tal cual es, sin ocultamientos. Alguien que sabe que siempre sospechan de él, que lo juzgan sin compasión, que no lo aman de manera incondicional, preferirá guardar sus secretos, esconder sus caídas y debilidades, fingir lo que no es. En cambio, una familia donde reina una básica y cariñosa confianza, y donde siempre se vuelve a confiar a pesar de todo, permite que brote la verdadera identidad de sus miembros, y hace que espontáneamente se rechacen el engaño, la falsedad o la mentira" (AL,115). Amar confiando es, pues, la undécima característica del amor conyugal.

 

Por Ricardo Sánchez Recio
Lic. en Bioquímica, Orientador Familiar, Profesor