Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin. Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura. Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura. Después les dijo: "comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor y tienen razón, porque lo soy. Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros” (Jn 13, 1-15).

Esta noche ingresamos en el Triduo Pascual. Damos gracias por la institución del sacramento de la Eucaristía y el mandamiento del amor. La eucaristía es expresión del amor divino, y el amor se hace eucaristía. "Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1). En el Cenáculo, una noche como hoy, Dios muestra su amor por la criatura, el hombre. Lo ama también en su caída y no lo abandona a sí mismo. Él ama sin fin, demostrado que la medida del amor divino es amar sin medida. Lleva a su amor, hasta el extremo. Se desprende de las vestiduras de su gloria divina y se viste con ropas de esclavo. Baja hasta la extrema miseria de nuestra caída. Se arrodilla ante nosotros y desempeña el servicio de esclavo. Lava nuestros pies sucios, para que podamos ser admitidos a su mesa, haciéndonos dignos comensales de su mesa. Esta noche, Jesús se nos revela no como el Dios lejano, o distante. Porque él es grande puede interesarse de las cosas pequeñas, y porque es omnipotente puede salir a curar nuestras impotencias. Cada obra buena hecha a favor del prójimo, especialmente a favor de los que sufren y los que son poco apreciados, es un servicio de lavar los pies. El Señor nos invita a bajar, aprender la humildad y la valentía de la bondad. Es que el amor que no ha pasado por el crisol del sacrificio, no es auténtico. Dime cuánto sufres y te diré cuanto amas.

En esta noche del Amor de Dios quisiera recordar dos ejemplos del Dios que es Amor: la Madre Teresa y Juan Pablo II. La santa de Calcuta relata que en esa ciudad salían de noche y recogían siempre cuatro o cinco personas de la calle y las llevaban a la Casa del Moribundo. Una de ellas estaba muy enferma y ella quiso cuidarla personalmente. Y continúa: "Hice por ella todo lo que me dictó mi corazón. Cuando la coloqué sobre la cama, me tomó la mano por un tiempo. Había en su rostro una sonrisa maravillosa. Sólo me dijo una palabra: ‘gracias” y se murió. Aquella mujer me dio mucho más de lo que yo le había dado. Me dio su corazón agradecido. Entonces yo pensé en mi interior: ¿qué hubiera yo hecho en su lugar? Posiblemente hubiera intentado atraer la atención sobre mí diciendo: tengo hambre, me estoy muriendo, hagan algo por mí. Pero no, ella no exigió nada, sino que me dio su corazón agradecido. Fue hermoso, fue maravillosa su donación”. En septiembre de 1982, Juan Pablo II iba a celebrar una Misa para trescientos enfermos. La ceremonia daría comienzo a las cuatro y media de la tarde. Los más optimistas vaticinaban: "Durará hasta las siete y media, por lo menos”. No acertaron en la previsión, porque a las diez de la noche aún no habían salido de allí. El Papa se empeñó en hablar con todos y tocar a cada uno de ellos. Es que como decía el escritor francés André Frossard: "Dios sólo sabe contar hasta uno”. El amor auténtico no mira a la multitud, sino que reposa sus ojos en cada uno. El amor verdadero no pide nada, sólo se dona y agradece. Con dinero podemos comprar la Biblia, pero no la fe. Con dinero podemos comprar a un hombre, pero no a un amigo. Con dinero podemos comprar armas y bombas, pero no la paz. Con dinero podemos comprar un crucifijo, pero no un Salvador. Con dinero podemos comprar diversiones, pero no felicidad. Con dinero podemos comprar medicinas, pero no la salud. Con dinero podemos comprar una casa, pero no un hogar. Con dinero podemos comprar adornos, pero no belleza. Con dinero podemos comprar libros, pero no sabiduría. Con dinero podemos comprar una cama, pero no el sueño. Con dinero podemos comprar placer, pero no amor. En esta noche Dios nos enseña que el amor verdadero no se divide, sino que cuando lo damos se multiplica.