Siendo el amor el acto más sublime del hombre: ¿puede sostenerse sin la concurrencia de la justicia? Ésta es una pregunta que no ha oscilado en la extensa literatura de la humanidad. Se han conocido historias reales, historias inventadas, imaginadas con elevada expresión de creatividad y fantasía, inundando catacumbas, rocas, papiros, jeroglíficos, papeles, libros y hasta el Internet.

Han sido innumerables las formas de inscribirse a su paso el camino insondable del más exquisito e inteligente ser como criatura única y extraordinaria del universo, en un espacio denominado planeta tierra que se constituyó también como único paraje acogedor de la vida. Más allá de conjeturas, predicciones o suposiciones sobre el lugar para la vida, ésta es la realidad tangible, cognoscible y vivencial a nuestros ojos desde la aparición del hombre y de la mujer, es decir, desde la prehistoria hasta nuestros días.

En todo tiempo al amor se le ha unido con la pasión, con la riqueza y la pobreza, con especulaciones de todo orden, con intereses culturales, políticos, sociales y económicos. Se le ha plasmado en semejanzas y diferencias inverosímiles surgidas de la ambigüedad o en el enigma, de la claridad o en la precisión a los que el propio ser humano echó mano para incorporarlos al juicio sobre sí mismo, en el anhelo incesante por descubrir formas para definirse con exactitud su género controvertido en todo tiempo. Jamás se negó al amor su intromisión en medio de esas turbulencias.

Con los valores y desvalores se fusionó al amor y la explicación racional encontró fundamentos desde cualquier posición. En la intriga, en la maquinación y en la confabulación se pretendió vislumbrar la cara del amor, y fue parte del complot, del contubernio, de la componenda, de la conjura y de la tramoya. Y no contento con ello, éste hermoso ser pensante, de la mano del amor se confundió con el ardid, la treta y la trampa cuando intentó fundar la asechanza o la emboscada, la astucia o la artimaña, y aunque fue presa del embrollo, del jaleo o el chisme, se engolosinó con la habladuría porque con ella sentaba posición y satisfacía su curiosidad que es la vulgaridad de la investigación.

La contracara del exceso incorporó al amor para demostrar que no siempre se traspasan límites cuando la pasión se diluye en su fuego natural, y en esa especulación la discreción, la prudencia y la moderación también recibieron a Cupido verificando que el amor es medida, circunspección y mesura. Y aunque la traición y la oscuridad fueron moneda corriente en el amor, también lo fue la lealtad, la franqueza y la claridad como parte inherente de la fidelidad que otorgaron certidumbre a la relación humana en cualquiera de sus formas.

De la intriga y el engaño se ha hecho gala en el amor, pero también de la sinceridad y de la honestidad se han encumbrado los lazos que sirvieron de puente a la perdurabilidad de ese sentimiento generador y transformador de la vida y de las cosas. La filosofía, como concepción de la vida, se valió de la expresión "amor" para fundar el camino a la sabiduría. Los actos virtuosos, la moral y la ética caminaron erguidos cuando se vincularon con el amor, porque allí surgía el ser probo, íntegro, bondadoso, perseverante y generoso. De ese modo se pudo contemplar la santidad, la edificación y la esperanza porque en ese tránsito de la vida el amor sirvió de puente para explicar a Dios. Sin embargo, en las antípodas de ese predicamento se alió el amor con la maldad, el egoísmo y la indignidad en la errónea manera de congeniarlo con el vicio, el libertinaje, la lujuria o la corrupción.

En torno al acto rebelde se apareó al amor como argumento de la revolución, así como también la paz tuvo razones para reconciliarse con él. La actividad del hombre en todos los planos de la existencia encontró razones para medir, valorar y justificar el adoso de ese sentimiento primigenio, que venido e impuesto a la criatura humana desde lo alto -como expresarán los creyentes-, o nacido en el trayecto de su naturaleza evolutiva -como manifestarán otros-, ha sido un bien insoslayable en todo tiempo desde la primer concepción.

En el fragor de tanta justificación, fundamentos y racionalidad surgidos interesadamente de la sapiencia humana, ha estado ausente la más importante valoración sobre la que se sostiene la más honesta relación del amor: ese valor es la justicia. El sentido, orientación y criterios de justicia que deben imperar en la relación a la que da lugar el amor, se hacen imprescindibles para comprenderse entre las partes y permitirse que cada uno tenga lo suyo y alcance su realización. La familia, castigada por erróneas concepciones ha perdido la brújula para alcanzar su realización cuando en ella no ha primado el criterio de justicia. En la relación conyugal los valores de fidelidad y prosperidad, no han podido sostenerse por desconocimiento y ausencia del valor justicia del que no puede prescindir el amor. De ellos -la justicia en el amor- deviene toda otra valoración.