La frustración política del presidente de los Estados Unidos, al cabo de cumplir el primer año de mandato, sigue siendo motivo de preocupación personal frente a un programa de cambio que se frenó bruscamente por la crisis, de la cual todavía no emerge plenamente la principal potencia mundial.
Barack Obama ha dicho a la revista People que se ha perdido el sentimiento de cambio inspirado en su propuesta de gobierno. "Lo que no he podido hacer en medio de esta crisis es unir al país en la forma en que lo hicimos para la inauguración", se lamentó, en referencia a los cientos de miles de personas que llegaron a Washington para verlo jurar como el primer presidente negro de EEUU.
La baja aprobación en los sondeos de opinión, a sólo un año de asumir la presidencia, contrasta con aquella expresión de triunfalismo multitudinario que ovacionó a Obama el 20 de enero de 2009. Que un hombre de color llegara a la Presidencia fue un acontecimiento que el plano internacional calificó como el fin de una discriminación histórica.
Ahora la disconformidad abre un interrogante sobre lo que se espera de cualquier presidente o si de él, por ser negro, se esperaba más. En estas circunstancias es difícil determinar si es cada vez más difícil ser político en los países desarrollados, o si las caídas de imagen están indicando un fracaso político. Claro que si bien EEUU tiene un liderazgo mundial incuestionable, y como tal debió asumir el papel de piloto de tormenta para superar el colapso financiero con medidas atípicas de salvataje a la actividad privada, los idealismos están condicionados por los avatares del momento.
Obama diseñó una transformación, pero los indicadores se mueven en un plano de certezas.
