Una elevada expresión que se infiere del pensamiento bíblico se afirma en su propia identidad para alumbrar lo siguiente: "Los excesos desvirtúan los progresos de la civilización". Esta expresión contundente ha desafiado a la intelectualidad más exquisita de todos los tiempos, y se descubre toda vez que el orden natural instituido ha debido hacer tronar el escarmiento. Planteado y expresado de este modo, seguramente nos parecerá razonable y lógico. Sin embargo, puesto en evidencia en el marco de la Creación y de la preservación de la armonía natural que debe sostener el equilibrio de la evolución en todos los niveles y jerarquías de la existencia, en ese marco, la frase distinguida adquiere aversión. En esa corriente, las fábricas que oscurecen el cielo con sus chimeneas sucias le pusieron una "X" a la palabra exceso para simular o negar sus faltas; las corporaciones, atestadas del poder autoritario que da formas al acto irresponsable, miran con desdén la frase virtuosa cuando insinúa límites que difieren el abuso; las dirigencias de todo orden detestan que en la soberbia del poder algún párrafo de la vida les indique la desproporción del acto impropio; en la absurdidad de las posiciones, por la imposibilidad de justificar la homosexualidad en la Biblia, la comunidad gay abandonó la Biblia y añaden que es un documento histórico anticuado teñido por su contexto cultural.

La historia, la identidad cultural, la institución ceñida en el tiempo para dar cobijo al hombre no pueden sujetarse al arbitrio desmedido de ningún habitante de la tierra, más allá, incluso, de procesos cuantitativos que fundan su razón en un hecho numérico que pueden generar determinadas comunidades. En la existencia de los seres hay cosas que son y no pueden dejar de ser. Ante esa percepción de lo tangible no ha existido sabio en la tierra que se haya atrevido a fundar la cosa cuando no es, porque ni siquiera la sapiencia puede contrariar el atributo propio del ser o de la cosa. Este concepto deberíamos conocerlo todas las personas del planeta porque ni la tozudez ni la porfía pueden desvirtuar la condición constitutiva del ser. El hombre no puede fundar su destino al margen de sus esencias porque pierde su naturaleza y no hay lógica para el acierto sino todo lo contrario. La naturaleza que acompaña a la evolución no puede ser pergeñada y pensada orillando el filo de la idoneidad otorgada por el Hacedor.

La comunidad gay, acostumbrada a manifestarse en todo el mundo con sus características desvergonzadas y escandalosas, violentadoras de las costumbres y los estilos tradicionales de los pueblos, atentan contra los cánones más estrictos típicos de la personalidad y estilo cultural construido como reservorio conservador en toda sociedad. Las formas concebidas para la acción por tanta rebeldía grupal que deambula por las calles del planeta logran la irritación en los clásicos habitantes de la ciudad. Sin embargo, lo que puede parecer transitorio con un malestar pasajero, suele enraizarse en objetivos convenientes para una parcialidad que sin fundo basan en la presión numérica y escandalosa el logro de un status donde la razón no otorga definición.

La pretensión gay ofende solemnemente a todo amante de la civilización, porque intenta justificar parciales reclamos de débil fundo, atacando sin sustento y ligeramente -con extrema liviandad-, el libro sagrado que ha moldeado la vida de la Creación desde el principio de los tiempos. Sin medir la insolencia de la petición, en su extralimitación sorprendente han acosado a Canadá exigiendo que la Biblia sea prohibida por ser "literatura de odio" (es decir por discriminación). La paradoja reluciente en esa comunidad, se manifiesta con sus profundas contradicciones porque son los mismos que caen en la tendencia de oposición a la censura y presionan sobre el gobierno del afrancesado país del norte para liberar la importación de pornografía violenta. Es decir, censuran y objetan la circulación de la Biblia a la que quieren prohibir porque les fastidia, pero se oponen a que a ellos se les censure o prohiban, acto visible para todo aquél que analiza profundamente sus actos en la dicotomía de sus propios escenarios.

El orden jurídico se vacía de contenido y la ley pierde toda autoridad, cuando un pueblo legisla contra la naturaleza de las cosas. La institución que ha pretendido consagrar la Cámara de Diputados de la Nación es tan imposible como ilusoria. Los proyectos que contrarían la razón natural son la muestra de la crisis de valores que afecta a las cuestionadas dirigencias del mundo occidental. Ante este cuadro es menester recordar que el derecho de toda mujer a tener hijos reconocidos expresamente en el seno de la legalidad fue el concepto que vinculó la palabra "matrimonium" a disposiciones muy antiguas del Derecho Romano.

Los derechos individuales y particulares se deben respetar en quienes han elegido el "modo de vida gay". Ello no implica la contundencia que evite toda asimilación al matrimonio, unión heterosexual insustituible para la vida en sociedad conforme a la naturaleza del hombre. Esta sagrada institución humana se debe preservar elevando su valor para impedir se la confunda con lo que no es. Es lógico y natural.