El área peatonal de nuestra ciudad, comprendida por las calles Tucumán y Rivadavia con salidas a General Acha, Laprida y las avenidas Rioja y José Ignacio de la Roza, marca un crucero de peligro para quienes pasean desprevenidamente entre macetones floridos, grandes farolas; que pudieron ornamentar alguna vez -en otro tiempo-, el patio solariego de una casa sanjuanina de antaño, pero que resultan una barrera para el ingreso de las autobombas y otros equipos de bomberos y ambulancias, en caso de un siniestro u otras contingencias como los efectos de un fuerte viento o un terremoto.
En una zona sísmica como la nuestra, que no debe llevar al miedo incontenible ni al pánico porque vivimos con esa tradición, rodeados de estructuras sismorresistentes, en este paseo tanto adorno superfluo, además de peligrosos elementos de metal que cuelgan artísticamente en determinadas fechas, nos hacen pensar que la vida de los habitantes es mucho más valiosa que cualquier arreglo para crear climas festivos.
La urbanización supone paseos amplios, pisos seguros que permitan el tránsito a pie, cómodo y frecuente para realizar las habituales compras y diversos trámites. Los comercios podrían así exhibir mejor sus productos y la seguridad primaría sobre todo intento de parecer alegres, hospitalarios pero ingenuamente desprotegidos. Debe tenerse en cuenta el avance de las confiterías con mesas, sillas y sombrillas, que alteran el sentido del paseo y dificultan el tránsito peatonal.
En este contexto es importante la limpieza permanente, tanto de las aceras, las fuentes y el cuidado de los contenedores de residuos, de manera que la peatonal sanjuanina sea un orgullo de la urbe moderna que tenemos.