Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis. Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Jesús lo separó de la multitud y llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: "Efatá", que significa: "Abrete". Y en seguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente. Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban y, en el colmo de la admiración, decían: "Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos" (Mc 7,31-37).


El evangelista Marcos narra un milagro ambientado durante un viaje de Jesús por tierra pagana. De Tiro ha pasado a través del territorio de Sidón y, replegándose al este, alcanzó el territorio de la Decápolis: diez ciudades libres con población y fe mixtas, también paganas. Pero Marcos no es ingenuo. Todo lo escribe con un objetivo claro. Se trata de un milagro hecho para sanar no a un judío, sino a un pagano. En los versículos anteriores, que la liturgia no ha leído hoy, Jesús acababa de sanar a una dama fenicia. Ahora lo hace con un pagano de la Decápolis, quizá a un romano. La salvación rompe los límites del mundo judío. Sin embargo la resonancia del hecho va mucho más allá de lo puramente físico. El contexto es el de la teología judía que nos lo presenta la primera lectura, extraída del profeta Isaías: "¡No teman, ahí está Dios: él mismo viene a salvarlos!". Y como señal de ello, Isaías añade: "Entonces se abrirán los ojos de los ciegos y se destaparán los oídos de los sordos". Claro que, supuestamente, un pagano no podía repetir estas palabras que no conocía, por eso la gente de la cual habla Marcos, después del milagro exclama. "Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos". Pero no se trata de cualquier sordera ni cualquier mudez. El sordomudo presentado a Jesús es caracterizado por Marcos con el término griego "moghilàlos" (mudo), pero se refiere más bien a uno que habla con dificultad, como si tuviera un nudo en la garganta. Se trata de un término que sólo aparece aquí en la Biblia y en el texto griego del Antiguo Testamento (los LXX), de Is 35,5-6. Es pues, un texto claramente mesiánico.


Jesús separó a este sordomudo de la multitud. Lo mismo hizo con el ciego, conduciéndolo fuera de la ciudad (Mc 8,23). Es una nota característica de él, para sustraer a la multitud de fáciles y equívocos entusiasmos. Pero en este texto, la separación asume un significado diverso: no se refiere a una disgregación, sino "distinción, señorío, nobleza". La multitud debe escuchar y ver algo que en ningún lugar humano escuchará ni verá. Se trata de cosas que "nadie vio ni oyó y ni siquiera se puede pensar; aquello que Dios preparó para los que lo aman" (1 Cor 2,9). Luego "le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua". Son dos gestos comunes en la técnica de quienes curaban en la antigüedad. El famoso Plinio el Viejo, autor de la famosa obra "Historia natural", describe los efectos benéficos que poseen las excrecencias y humores procedentes del cuerpo humano. La saliva ocupa un lugar importantísimo. Dice literalmente: "la saliva del ser humano en ayunas es la mejor defensa contra los tósigos (venenos)". Otra aplicación: escupir sobre los epilépticos durante sus ataques. "Escupirse en la mano", sostiene, "aumenta la fuerza del golpe que se piensa asestar". En el mundo semítico la saliva representa el espíritu solidificado. Jesús al decir: "Efatá", que significa "Abrete", hizo que los oídos y la lengua de ese hombre se abrieran, pudiendo escuchar y hablar normalmente.


Escuchar y hablar es un arte que no se improvisa. Se adquiere a través del ejercicio del mismo. Una norma positiva para la convivencia humana podría ser la de "escuchar cuando los demás quieren hablar, y hablar cuando los otros desean escuchar". El verbo "comunicar" equivale a "hacer al otro partícipe de lo que uno tiene". Más allá de este umbral semántico, habría que evocar la profundidad filosófica del término "comunicación", cercano y equivalente a "participación" y aún a "comunión", que significa participación en lo que es común. Este es el milagro del que fue destinatario el sordomudo del evangelio. En 1922, Martín Buber, nacido en Viena en 1878 y fallecido en Jerusalén en 1965, publicó su obra más conocida y la que mejor define su pensamiento: se titula "Yo y tú". Establecía una diferencia entre el diálogo y el monólogo. Buber entendía yo-tú como un solo vocablo, y lo llamaba "palabra primordial". "Al volverme yo, digo tú", escribe. Es que toda vida verdadera es encuentro. 

Por Pbro. Dr. José Manuel Fernández