Varias décadas atrás, en aquella Chimbas en que aún existían numerosos viñedos o parrales, era común que la gente, especialmente los españoles, hijos de ellos, o vecinos, empleaban para acortar camino los callejones que se trazaban a lo largo de estos parrales, de cuyas cepas germinaban hermosos racimos de uva moscatel o cereza. En realidad estas vías se utilizaban especialmente en época de la vendimia, pues por ellas transitaban los cosechadores, camiones para llevar la uva, o los caballos con su arado para acceder a diferentes puntos las plantaciones, es decir que además de esta función, desempeñaban una comunitaria-social. Casi enfrente de mi casa paterna -sobre calle Salta- había un parral de 4 o 5 hectáreas, cuyo propietario era don Manuel López, un español granadino, que llegó a estas tierras y merced a grandes esfuerzos logró tener su finca propia. Esta propiedad era una de las tantas que poseía un largo callejón, que corría de este a oeste. Este pasó a llamarse en el transcurso de los años como el "callejón de don Manuel+. Era un largo camino de tierra fresca, que para accederlo no había que pedir permiso a su dueño, por lo cual su tranquera -que no era nada más que unos palos con alambre acerado- siempre estaba abierta, rara vez la cerraba, ya que los robos o cosas parecidas raramente ocurrían. Esta particular vía era pintoresca y agradable. Hacia el lado norte estaban las viñas, cuidadas al máximo, incluso entre melga y melga era común que se sembraran todo tipo de hortalizas. Hacia el lado sur había un "encatrado" prodigo en frutas, y flores silvestres, hermanado a una acequia de desagüe, de donde brotaban los verdes "inojos". Además a mitad de camino, se levantaba una majestuosa y tupida higuera, que para la época de verano hacía de posta, pues siempre el caminante se detenía no sólo a tomar sombra, sino a probar una sabrosa breva o higo, frutos que colmaban aquel noble árbol. Generalmente, como dijimos, los transeúntes eran también españoles, quienes por una cuestión de afinidad lo utilizaban diariamente, de ida y de vuelta, para achicar distancia. Esto era algo típico de la reciprocidad española, que en este caso se abría de par en par a todos los vecinos chimberos. Una vista imperdible era la que brindaba este callejón, durante las noches, cuando diversos regantes a quienes les había tocado el turno de regar, alumbrados por un farol, de esos que funcionaban creo que a kerosene, caminaban silenciosamente -azadón en hombro- a cumplir su tarea. Al llegar al final del "callejón de don Manuel", había un alambrado, junto a una compuerta, este era el límite, sin embargo de alguna manera se conectaba con otras fincas, como la de don Francisco Rubia, otro español que todo el mundo lo llamaba "don Frasco". Y así seguían estos inusuales caminos, para finalmente llegar a la calle Maradona y de ahí a Villa San Patricio.
