Recientemente se ha divulgado que el carisma supera al talento. Si nos remitimos al diccionario de la Real Academia Española comprobamos que en la acepción literal de la palabra, carisma es un don de Dios otorgado a los hombres.

En otros planos como el de la política o el área laboral, vulgarmente se extiende el carisma al concepto de liderazgo; a la teoría del conductor de multitudes. Sin embargo, quienes admiran a un personaje, procaz, de la televisión argentina, no pueden hacer coincidir el término carisma con lo popular asimilado en este caso a lo bajo y meramente producto de un juego que pretende ser creativo pero es lapidario para el sano humor. Se afirma en tres ejes

arguméntales débiles, pero a veces muy atractivos para determinado público: el, contagio o imitación del absurdo como efecto novedoso; la contracultura y el antihéroe como reconstrucción de la realidad y subestimación del público al que se masifica y anestesia con ese tipo de personajes.

Sorprende aún más que lo coloquen por encima del talento, ya que quien lo ha manifestado así posee verdadero ingenio y sería a los ojos de los televidentes la contraposición más rotunda de tan mentada figura. El talento es propiedad de unos pocos y señalados al igual que las personas dotadas de singulares condiciones para recibir espontáneamente el aplauso y la aprobación, no dicho esto con espíritu elitista ni clasista. La controversia del jurado y las historias sentimentales dieron forma a un reality que barrió con la audiencia en una paradoja que preocupa a los expertos en contenidos televisivos, apoyado solo en la frecuencia fragmentaria de exposición permanente. El talento, el carisma y el don no abundan, no se hallan presenten en todos los seres humanos y no deben ser usados para ensalzar a quienes no posen ni lo uno ni lo otro, sino que son productos de un marketing que nivela a escala inferior y nos hace creer que el pueblo argentino, uno de los más cultos del mundo, no posee educación lenguaje cuidadoso y buenas maneras. Lo caricaturesco, lo rayano en la payasada que provoca tanta hilaridad y aceptación mediática no es compatible con una realidad de una argentina que se levanta por encima de todas las dificultades y crea espacios de apreciación estética en los ámbitos de la música y del arte en general, donde hay magníficos expositores de renombre internacional. En este Bicentenario si hubo fútbol para todos también existió música sinfónica de altísimo nivel que congregó en espacios libres a miles de adherentes a expresiones elevadas, protagonizadas por brillantes artistas. No es necesario crear un circo todos los días para mantener a la ciudadanía distraída de los grandes temas. La música es un puente de paz y de amor, el talento, la gracia, el don y el carisma no deben morir en la torpeza de unos pasos vacilantes ni en la mente empobrecida de quien hace del lenguaje proscripto una moda y una atracción para los mensajes que pretenden ser iconos del pseudo populismo.