Las fiestas populares demuestran que a los sanjuaninos les gusta mucho divertirse. Sólo es cuestión de encender la mecha de la alegría para terminar en una explosión de diversión colectiva. Esa es la imagen que queda cuando se recuerda esos carnavales que se llevaban a cabo en las décadas de 1970 y hasta principios de 1980.

Dentro del cóctel de actividades que se hacían estaba la hora de la ‘chaya libre’. En esos años de la década de 1970, el primer día de carnaval se iniciaba como una tradición en la Dirección de Turismo de San Juan. Ahí, en la esquina de Libertador y Sarmiento. El funcionario que encabezaba el organismo de una manera entre protocolar y descontracturada mojaba a las personas que había alrededor. Esta chaya libre comenzaba a las 14 y terminaba a las 18. Todos los sanjuaninos se prendían a los festejos. Desde temprano, los niños preparaban sus pomos o su tarrito de ‘leche Nido’ a la que le hacían un par de agujeritos sobre la parte superior para ponerle un alambre como manija.
Eran esos tiempos de la ‘caravana chayera’, promovida en esa década por dos personalidades de la comunicación social sanjuanina, como Mario Pereyra y Rony Vargas.

Esa caravana recorría durante esas 4 horas los distintos barrios de los departamentos del Gran San Juan, donde se sumaban a su paso cientos de vehículos, desde donde se arrojaba y recibían baldazos de agua.
En los barrios valía todo. El común denominador era enlodarse con barro entre chicas y muchachos, pomos, baldes, grupos de jóvenes que en la calle de su barrio o villa chayaban entre sí y luego iban hacia otra calle para mojar a los otros vecinos.

Por momentos y según qué barrios, el agua que iba y venía, parecía una lluvia de increíble tormenta de verano. Las ‘temidas bombitas’, también hacían de las suyas, ya que los jóvenes más ‘fortachones’, podían lanzarlas a varias decenas de metros en busca de su blanco, casi siempre una chica.
Las barriadas de Chimbas, Rawson, Rivadavia, Santa Lucía y parte de la Capital, eran de masiva participación, sólo porque tenían mayor cantidad de habitantes, pero en el resto de los departamentos sanjuaninos, las postales eran parecidas.

Resulta increíble, pero en esa época habían códigos. No se registraban hechos violentos, o si había alguno era muy esporádico. La gente misma, tenía códigos de respeto.

Al llegar la hora 18, todo volvía a la normalidad. Sólo quedaban en las casas y calles los vestigios de la chaya. Según qué vivienda, había pisos mojados y en otros, verdaderos barrizales que las madres pretendían poner en orden para que la casa esté ‘en condiciones’, era el dicho.
Ya la tarde caía y la actividad popular que seguía era el preparativo para ir al corso. Por tradición se hacía en la avenida José Ignacio de la Roza, desde calle Mendoza hasta Las Heras.
Siempre hablando de esa década de 1970, el corso tenía hora de inicio a las 21, pero por lo general comenzaba a las 22. Carruajes de los distintos municipios, comparsas, murgas, máscaras sueltas y reinas departamentales, eran las atracciones para mirar. En las esquinas estaban los vendedores de agua con sus tachos de 200 litros. También los pomos como las bombitas eran muy requeridos.

La comparsa del ‘Sol’ nacida de la Fiesta Nacional del Sol, y la ‘Guanavara’, de Rivadavia, eran las que rivalizaban a la hora de las preferencias del público. Las bombitas iban y venían de una vereda a la otra de la avenida. Corría agua a raudales.
Con los años, apareció la espuma, quizás para evitar que el agua en exceso hiciera estragos; pero también la espuma traía problemas porque la gente, hasta en la actualidad, elige apuntar a los ojos de la persona a quien se quiere ‘espumar’.

Luego del corso eran los bailes. Famosos eran los bailes de carnaval en UVT, Banco Hispano, Colón Junior, Ausonia, Jockey Club, Aberastain, en Pocito, como en los distintos clubes de barrio. Había bailes para todos los gustos, onda y bolsillos.
La fiesta de carnaval con ese estilo de agua, chaya y corso, fue menguando con las distintas prohibiciones, entre ellas, chaya libre, uso de bombitas, venta de agua en los corsos y hasta seguridad. Fue así que a mediados de la década de 1980 perdió el brillo, en los 90 ya no se hizo nada. Y luego, en los últimos 16 años, se promociona mucho, pero ni cerca a como era en esos años. Un carnaval donde niños, jóvenes y adultos compartían una fiesta realmente popular y que abarcaba a todas las clases sociales, sin distinciones.