Raúl Oro arrastraba tiempo de lejos y lo consolidó al futuro como emblema y tradición con su nombre artístico. Tomás del Carmen Oro Sosa nació aquí cerquita, un 21 de diciembre de 1896. Y nació cuyano, con matriz vincular incondicional al suelo natal. Ve bailar la cueca lenta y donosa, estudia su origen y evolución regional, se relaciona con el folclorólogo Alberto Rodríguez, y juntos alternan conocimientos en el viejo caserón. Crean, recopilan y compilan piezas musicales únicas, a las que el criollo pocitano no rubrica por respeto al encuentro ‘montado en burro talón y talón”. Raúl agrega a la cueca el lenguaje del pañuelo, mágico y seductor, variando la usanza bailantera achilenada.
Los aleros del caserón fueron amparos insomnes, el patio terrosito acogedor para desensillar y el mate en mano. La fiesta del vino era convite y obligación, como el machacao, la cazuela, la carbonada, el asado y las empanadas, entremezclado con faldas, zapateos, giros y aros. Las cuerdas se angostan de caricias y las guitarras se descubren al conjuro del idioma universal inacallable. La lámpara encantada decora, concierta y dispensa ‘un yuyito sapo macho para ahuyentar a las penas”… Vida triste vida alegre, canto al anochecer y canto a la madrugada para la estrella brillante, el arbolito sin hojas, parece que no quiere pero sí quiere y así es nomás, póngale por las hileras, late el corazón contento, sanjuanina de mi amor, el cielo es un poncho llenito de estrellas, y ay San Juan para ti es mi canción, se divisa la polvareda, amémonos mi bien en este mundo, los mendocinos dicen está temblando, canta la loica canta el zorzal, suspirando por tu amor se fueron los sueños míos, tradiciones gloriosas tutuy que quema, vos me tenís medio loco, y así te siento tierra querida…
En los festivales del Arte Nativo en el Parque de Mayo del ’34 al ’36, Pocito presenta el rancho El Alamito, organizado por la versátil Lilia Riveros Castro. Canta Raúl en solitario y a dúo con Máximo, y la delegación gana el concurso de gato y cueca, donde Raúl hace pareja con la jovencísima María Brunet de Abasolo, rubia vecina hermosa hoy en sus cien años, toda donosura y simpatía.
El caserón reconstruido y ampliado luego del ’44 albergó por entonces al más ilustre cultor cuyano de todos los tiempos, pianista, letrista, cantor y compositor, Carlos Montbrun Ocampo con su familia, renacidos del corcoveo capitalino. Pasó el duelo, y días y noches se hicieron canto, baile y guitarra. Al piano, Carlitos y las alegres fiestas gauchas, con totora sanjuanina cruzando la cordillera.
El fuerte abuelo huaqueño Buenaventura Luna engalanó el fogón del arriero pocitano, que supo calentar a Agustín Cornejo y Saúl Salinas, enseñando ya el arte primero del cantar a dos voces, fuente cancionera virginal donde abrevó Carlitos Gardel y su cuerda inmortal.
Además de los folcloristas locales entronizados, adormecen aquí el paso los lugareños Remberto Narváez, Enrique Espinoza, Domingo Morales, Ernesto Villavicencio, Enrique Barrera, Lito Álvarez, Saúl Quiroga, Pedro Gómez, Sisterna-Peralta, Aguilera-Guerra, Cantalicio Reta, Gabriel Guzzo, Pedro Garay, Ernesto Sánchez, Onorte Arias, Julia Vega, Félix López Moyano, Viviana Castro, Félix Blanco, Hilda Rufino, Goyo Becerra y Emilio Corado, y arriman calorcito los foráneos Hilario Cuadros Romero, el dúo cómico Buono-Striano, Clemente Canciello, Guillermo Arbós, Chito Ceballos, Julia E. Dávalos, Jovita Luna, Carlos y Edgar Di Fulvio, Antonio Tormo, Eduardo Falú, Bebe Flores, la piedra y camino de Atahualpa Yupanqui en el 47 primero y en el 71 luego con su blonda mujer (Pablo del Cerro para la música), Las Voces Blancas, Los Quilla Huasi (Valles, Lastra, Palmer y Núñez) en una noche del 64 para el recuerdo con la delegación del River de Amadeo Carrizo, los hermanos Onega, Pipo Rossi y Adolfo Pedernera como técnico, Los Cantores del Alba con Campos

y Pantaleón, Los Indios Tacunau, Leda Montes, Fernando Ochoa, los locutores-presentadores Julio Márbiz, Hugo Guerrero Martinheitz y Antonio Carrizo; Pepita de Triana, Alberto Vacarezza, Héctor Gagliardi, Los Indianos, todas figuras cumbreñas que abonan la memoria de una época criollaza.
Roberto Palmer estampó su retrato en una cueca poco difundida que anota: Don Raúl Oro que viva…!/ Usted es el mismo San Juan,/ es la tonada cuyana/ en viñas de Aberastain,/ y es el vino generoso/ que se da con amistad.
Don Tomás del Carmen, el ilustrador criollo pocitano, nativista y tradicionalista cimero por condición, falleció el 8 de octubre de 1967 y yace, junto a su compañera eterna, en una humildísima tumba desmedrada de su tierra. El caserón se va con él al rincón de cosas viejas, y el triste abandono de su inapreciable herencia, revuelve un adobe, la época, la vida toda.
…Altura de caserón/ tu corazón abierto,/ el oro de Pocito vive despierto/ aquí por tradición…