Para los yacimientos mineros de oro y plata, como los actualmente en actividad en la cordillera sanjuanina, la lixiviación con cianuro es el proceso mundialmente reconocido por su simplicidad, economía y selectividad. Como se trata de soluciones tóxicas (y de paso popularizadas por muy famosas novelas policiales), es imprescindible operar de modo que el medio ambiente no sufra daños, objetivo para el cual existen varios métodos ya ampliamente probados en todos los países donde esta minería se viene desarrollando desde hace más de un siglo. En San Juan existe un ejemplo cercano con las minas del distrito Marayes, a unos 135 km al Este de la capital provincial, cuyo mineral fue tratado durante gran parte del siglo pasado por cianuración, sin que ello provocara problema alguno con los pobladores y la Estación del FC General Manuel Belgrano ubicados a unos 4000 metros al Oeste de la planta o molino de tratamiento del mineral.
Para evitar emanaciones nocivas, lo normal es trabajar en ambiente alcalino, utilizándose para ello cal, un material del cual San Juan cuenta con varios centros productores de máxima calidad (Los Berros, Albardón, Rivadavia, Jáchal). La cal es esencial además para lograr una separación eficiente de sólidos y líquidos en el proceso de lavado, evitando al mismo tiempo pérdidas del cianuro. Este producto es importado y de costo relativamente alto, por lo que en todas las faenas es norma recuperar la mayor parte, mínimo un 90%, para su reintegro al circuito. La cal además permite neutralizar las colas o estériles acumulados, anulando así con absoluta eficiencia cualquier eventual escape ácido.
Por ello, en estos yacimientos hoy en actividad o programados, el consumo de cal está previsto de 1 a 3 kg por tonelada de mineral tratado, de modo que en una explotación de 100.000 toneladas diarias la demanda que llega a las caleras es de 100 a 300 toneladas de cal por día. Por las características del mineral explotado, el consumo mínimo corresponde a Veladero, mientras Pascua-Lama necesitará el máximo y cuando ambas faenas se superpongan los caleros de Los Berros, Zonda y Jáchal tendrán sus instalaciones operando al máximo, con una muy probable necesidad de ampliación. Lo cual trae aparejados el consiguiente incremento en la mano de obra ocupada y de todo el bienestar socio-económico colateral.
El trabajo de minado en una labor a cielo abierto da lugar a que se arranquen grandes volúmenes de roca estéril (no mineralizada), que se va depositando en las "escombreras", una tarea inevitable a fin de mantener estabilizadas las pendientes de las paredes en el gran hoyo con forma de embudo, y así operar dentro de las normas de seguridad correspondientes. Como esta roca estéril no contiene el mineral relativamente sulfuroso que suele oxidarse al quedar expuesto a la intemperie, resulta totalmente inocua como eventual generadora de soluciones ácidas, constituyendo a la vez una excelente materia prima para la posterior recuperación del paisaje.
En cambio, los residuos procedentes de la planta de concentración o "molino", merecen una atención especial, ya que pueden ser el origen de soluciones ácidas al ser "lavados" por la nieve que se derrite cada verano. Estas llamadas "’colas” suelen ser acumuladas en diques o "’embalses” ("’talings ponds” en inglés) o "’tranques” como les llaman nuestros vecinos de allende los Andes, con el lecho impermeabilizado a fin de evitar filtraciones que pudieran ser peligrosas. En San Juan tenemos el antecedente de Castaño Viejo, cuyos diques de colas nunca provocaron inconvenientes ambientales luego de muchos años de estar ubicados a una distancia relativamente corta del río, para felicidad de los pescadores aficionados que suelen concurrir aguas arriba de Villanueva.
La selección del sitio en que se deban depositar tanto escombreras como embalses o diques de colas es una tarea fundamental, por regia general a cargo de un grupo profesional interdisciplinario, siendo imprescindible tomar en cuenta aspectos geomorfológicos, mecánica de rocas, fauna autóctona, turismo potencial, presencia de acuíferos y sismicidad del sitio, entre otros parámetros medio-ambientales y sociales. Pero esa es otra historia.
(*) Profesor emérito de la UNSJ.