En el programa periodístico leen una carta de un hincha de Independiente que describe la tristeza del descenso de categoría y conecta ese momento con la memoria de su padre que lo hizo simpatizante de ese club. Uno de los panelistas dice -confesando ser también hincha de Independiente- que es un absurdo considerar que el descenso es la figura del padre. No es así. El fútbol es una extraña pasión que atesora estas raras cosas del alma. Una camiseta es algo más que un color, es un pretexto para un modo del amor. El fútbol es el gran deporte social, pero fundamentalmente un componente familiar. Se llega a él a través de un lazo de familia. El padre, generalmente, alguna vez ha regalado -intencionadamente- una camiseta de fútbol sabiendo que de este modo inocula su amor al beneficiario, y de este modo lo comparten. Una camiseta de fútbol es un idilio correspondido. Se ama, sufre y llora por ella, es la novia que jamás se pierde, el sueño que jamás termina, la compañera que jamás se abandona. Quién sabe si esto es bueno o malo, simplemente es así. Yo me inclino por el valor esencial de todo amor, sobre todo si está eternamente signado por la fidelidad.
La noche de Reyes es interminable, hasta que la vigilia se nos adormece en las manitos expectantes. De pronto, mi madre nos despierta. Saltamos de la cama con Hugo y corremos al patio. Sobre una humilde silla de totoras hay dos camisetitas rojas con vivos blancos. Allí nació un idilio. Mi padre se había dado un gusto supremo: tener aliados a sus hijos en una aventura entrañable. Desde entonces, ingresamos a la cofradía de "’los rojos”, teníamos un sueño más.
El dolor del descenso es una extraña agonía donde se mezcla rabia y desconsuelo, y la tristeza es el denominador común. Como si viniera de la guerra, desarmado de amores y marchito, el hijo de un amigo dijo a sus familiares que no lo hablaran por dos meses. Otro se desvaneció en la tribuna. Se me saltó un lagrimón cuando vi allí a tanta gente llorar. El descenso es mi padre hundiéndose un poco en el pasado; si no cómo explicar ese vacío doloroso que ha arraigado en el pecho, esa ausencia que durante unos días mancha todo, esas ganas de no tener ganas.
Dos camisetitas rojas con vivos blancos lloran sobre una humilde silla de totoras. Las manos de mi padre las han dejado volando amores en el soplo azul de la eternidad. Gimen lagrimitas de impotencia, pero agitan en su rojo intenso pechos orgullosos, tardes logradas, goles de palomita, alegrías, parte luminosa de nuestra vida.