Para los cristianos existe un sábado que se ubica en el centro y en el corazón de la fe: es el Sábado santo, ubicado en el triduo pascual de la muerte y resurrección de Jesús como un tiempo denso de sufrimiento y de esperanza. Es un día de gran silencio, vivido en el llanto de los primeros discípulos que tienen todavía en el corazón las imágenes dolorosas de la muerte de Jesús, leída como el final de sus sueños mesiánicos. Es el día de María, la Virgen fiel. Ella vive su Sábado Santo en las lágrimas, pero al mismo tiempo con la fuerza de la fe, sosteniendo la frágil esperanza de los discípulos. Es en este sábado -que está entre el dolor de la Cruz y el gozo de la Pascua- que los discípulos experimentan el silencio de Dios, el peso de su aparente derrota, la dispersión debida a la ausencia del Maestro, aparecido a los hombres como el prisionero de la muerte. Es en este sábado que María vigila con la esperanza, custodiando la certeza en la promesa de Dios y la seguridad en el poder de quien resucita a los muertos.
Hoy nos reconocemos en los discípulos que viven una cierta desorientación, nostalgias y miedos que caracterizan nuestra vida de creyentes. En María podemos leer nuestras esperanzas y la fe vivida como un continuo paso hacia el Misterio. Con ella podremos descubrir el primado de la iniciativa de Dios y de la escucha creyente de su Palabra. En este día se tiene la impresión que Dios haya quedado mudo, que no hable ni sugiera las líneas interpretativas de la historia. Es como si se produjera un vacío de la memoria, una fragmentación del presente y una carencia de imaginación por el futuro.
Luego de la muerte de Jesús, el discípulo Juan "tomo consigo a María" (Jn 19,27) y se la llevó a su casa. Recibámosla como el don que ayer nos hizo Jesús desde la Cruz e introduzcámosla en nuestro hogar para que podamos poner en su corazón materno nuestras inquietudes filiales, mientras peregrinamos en el "Sábado santo de la historia". Ella viene a traernos un triple consuelo: el de la mente, del corazón y de la vida. ¿Qué es el consuelo de la mente? Se trata de un don divino muy simple que permite intuir en una sola mirada la armonía, coherencia, cohesión y belleza de la fe. Es la iluminación de la mente y la "apertura de los ojos" (cf. Lc 24,31). Es algo que me enseñó un querido teólogo a quien tuve la gracia de conocer en Suiza y Roma, y de aprender a través de sus obras teológicas: Hans Urs von Baltasar. Él llamaba a esta experiencia "la percepción de la forma" es decir, la proporción fascinante que presenta todo lo que Dios permite. Frente a la evidencia del sufrimiento y de la muerte, que tiende a aplastar el corazón, tal intuición hace resplandecer la "gloria de Dios" para iluminar con la luz de la verdad los ángulos más tenebrosos de la historia. Es la fuerza del Espíritu Santo que la ha sostenido en los momentos de oscuridad y de las aparentes derrotas de Jesús.
La consolación del corazón es la que nos trae María en el silencio que la envuelve. Es como si nos recordara "Con la perseverancia salvarán vuestras almas" (Lc 21,19). La palabra "perseverancia" puede ser traducida por "paciencia". Perseverancia y paciencia son las virtudes de quien espera, de quien todavía no ve y sin embargo no se desilusiona. La consolación del corazón es una gracia que toca la sensibilidad y los afectos profundos inclinándolos a adherir a la promesa de Dios venciendo la impaciencia y la desilusión. Nuestra poca fe para leer los signos de la presencia de Dios en la historia, se traduce en impaciencia y fuga, como les sucede a los dos discípulos de Emaús que no tuvieron la fuerza de esperar y escapan de Jerusalén abandonando su comunidad. Pidámosle hoy a María que nos venga a buscar en el camino de nuestras fugas e impaciencias y ore para que su palabra materna brinde calor a nuestro fatigado corazón (cf. Lc 24,34).
A este punto podemos interrogarnos: ¿Qué sentido tiene sufrir tanto?, y preguntemos a María: ¿Cómo puedes permanecer de pie mientras los amigos de tu Hijo huyen, se dispersan y se esconden? ¿Cómo puedes dar significado a la tragedia que estás viviendo? Y ella nos responde: "Si el grano de trigo que cae en tierra no muere, permanece solo, pero si muere produce mucho fruto" (Jn 12,24). La consolación de la vida es aquella que, mientras nos parece estar abandonados por Dios y por los hombres, sin embargo Dios nos demuestra que sigue caminando con y junto a nosotros. La denominamos "consolación de la vida" porque sus efectos se expresan en lo cotidiano, permitiéndonos estar en pie en los momentos más duros, cuando la mente aparece envuelta de niebla y el corazón parece cansado.
