Las palabras que se oyen a diario tienen que ver con la inseguridad y con el miedo. Ahora todo se judicializa. El miedo nos paraliza y debilita. Y, tanto nos debilita, decía Esquilo, que no llegamos a ver con claridad intelectual el porqué de las situaciones diarias. El miedo fulmina nuestra confianza, obstaculiza nuestro desempeño, anula nuestros proyectos, ofusca nuestra mente, paraliza toda posibilidad de salida. "’El miedo tiene buena vista, porque ve cosas bajo tierra y muchas más en los cielos”", afirmó Cervantes.
El miedo posibilita una defensa instintiva ante lo dañino de la sociedad, pero también, es el que crea el ambiente propicio para el imperio de la ley de la selva. ¿Cómo se ha de convivir y combatir al miedo? Es que en el contexto actual del "’Gran Vacío”, el miedo a veces es querido, cuando convive con la inseguridad, ante un "’nuevo orden mundial”. La ley del terror, como un opio para las masas, permite la delincuencia necesaria para un sistema de dominio salvaje, poblando las cárceles de infractores, que las aulas de estudiantes. Es el que hace que todos desconfiemos de todos, y es el que justifica hacer o decir afirmaciones, sin lógica alguna. Y, cuanto más lejos del espíritu ético mejor, porque así gana el que grita más, a costa de cualquier precio. Y, resulta picante, sino se sabe como prevenirlo con racionalidad.
Así, como el miedo y la inseguridad se benefician y potencian mutuamente, también el crimen y el castigo crecen del mismo palo. Un antiguo proverbio chino dice: "’Pégale a tu hijo todos los días, aunque no sepas el motivo, tu hijo ciertamente lo sabrá”. Aunque, hoy el problema surge cuando un padre le levanta la mano a un hijo, o un maestro aplaza a un estudiante, porque puede tener una denuncia en su contra o ser molido a golpes. ¿Cuál es la lógica del castigo? Hoy existen discusiones de cómo tratar las transgresiones. Si aplicar mano dura o ser tolerantes. Sean éstas de menor envergadura, como un niño que en consecuencia viola la ley; o de mayor tenor, la de los casos atroces, de violación o muerte.
Oportunamente, la pregunta clave sería: ¿Castigamos para ayudarle al infractor a ver su crimen o solo para vengarnos por lo que hizo? En nuestro país, la justicia tiene fama de ser lenta y cuando la mano de la ley cae rápido, a veces obra bien, pero en otras, con poca seriedad. Y, cuando el apuro por buscar culpables se mete de lleno, la sociedad sale de sus casas a hacer una pueblada, sino se mide a todos por igual. Cuando la justicia está alejada de su fin, no se la percibe como tal, y las personas empiezan a efectivizarla por mano propia. Las formas de castigo como la prisión o la pena de muerte: ¿son verdaderamente modos de proteger a la sociedad, o son formas de hacer pagar con sufrimiento o vejaciones?
Las frases que escuchamos a menudo, tales como: "’A los delincuentes hay que contenerlos”, "’esto es una guerra: o ellos o nosotros”, "’hay que derribarlos a tiros, sean mayores o menores”, desnudan la gravedad de un problema complejo, que así no se soluciona, sino que se profundiza. Si de aquí en más, nos pondríamos estrictos con todos los gendarmes en las calles, bajo el ojo panóptico de las videocámaras, creeríamos tener todo bajo control. Pero, de nada sirve atacar a un problema por sus efectos, sin ir a sus causas, porque solo lograríamos rejas por doquier. El principio "’tres delitos y adentro”, nos obligaría a mantener, con el dinero común, a futuros enemigos de la sociedad para toda la vida. Tampoco, la pena de muerte es la solución ya que es el recurso al que recurren las mafias, para eliminar problemas que siguen.
La recompensa y el castigo pueden ser igual de viables, si se obliga a una persona a realizar tareas comunitarias, u horas extras, como un modo de reparación por los daños ocasionados. O, privarlo de su libertad y de sus pertenencias. Pero, para justificar todo castigo, una sociedad debe definir lo que es el crimen y lo que éste implica. Actualmente, aquí radica el problema. Las cosas son cambiantes. Algunos dicen que es necesario reprender y castigar al menor por su bien, pero no sirve si luego bajamos la ley de imputabilidad, para corrernos de nuestro lugar de adultos, victimizándolos, protegiéndolos o sacándonos el problema de encima. Ya lo dijo sabiamente Tagore: "’Sólo puede castigar, quien verdaderamente ama”.
(*) Periodista, filósofo y escritor.