Jesús dijo a sus discípulos: "Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto. Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre. Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros (Jn 15,9-17).


Platón decía que al amor no era solo pobreza, "penía, sino también riqueza, "poros". No está solamente el amor que es indigencia y tiende a adquirir lo que desea y ama; sino también el amor que se basta y se desborda y, de lo suyo, quiere dar al ser amado. Quiero que seas, quiero que tengas de lo mío, quiero que crezcas, quiero que seas feliz, quiero tu bien, quiero tu alegría. Así Dios se despliega en la creación, sacando de las alforjas llenas de tesoros de su ser reflejos de su existencia y de su belleza, y, en la línea cálida del tiempo, de la historia, va creando el universo del hombre y finalmente al mismo hombre: el hombre persona, el hombre capacidad de conocimiento y amor, preparado para recibir en su corazón el don del amor mismo de Dios. Y en el alborozado "sí" de la Virgen crea la más pura imagen de su ser, reflejo perfecto de su amor, amado del Padre, su Hijo Jesús. En Jesús el amor riqueza, el amor don, el amor plenitud de Dios, se ofrece desnudo en los brazos abiertos de la cruz, al amor mendigo, al amor indigencia, al amor pobreza y deseo del hombre. Y allí se produce el gozoso encuentro de la innata nostalgia y conscientes carencias del ser humano, con el único objeto capaz de colmarlo: el Dios amor hecho hombre en el seno de María, Cristo el Señor.


El amor, pues, no es un añadido que viene a traer el evangelio, la predicación de un maestro iluminado, la recomendación del consejero sentimental, la fórmula romántica de la convivencia entre los hombres, la solución utópica de los conflictos sociales. Es el existir mismo de Dios. Pero el amor de Dios no es informe y apasionado impulso carente de inteligencia y de razón. Ya sabemos que, en Dios, su amor y su alegría se identifican con su ciencia, con su saber. El amor de Dios se ha desplegado, al crear, en sapiencia de fórmulas matemáticas, de leyes físicas, químicas, biológicas, que han guiado sabiamente el acontecer de su historia. Tampoco habrá de ser amorfo y ciego el crecer del hombre en el amor. Se trasuntará también en leyes: leyes de su mente, leyes de su hacer, leyes de su ciudad, leyes de su amar: "Si cumplís mis mandamientos permaneceréis en mi amor. "A través de esas formas concretas del amor que son las sabias normas de Dios que regulan nuestro actuar es como cada uno de nosotros va aprendiendo a amar y a encauzar la fuerza primigenia de su amor extrayendo de ella su gemela alegría, su concomitante gozo. "Os he dicho estas cosas para que mi gozo sea el vuestro, y ese gozo sea perfecto". El término griego que usa el evangelista para designar ese gozo, esa alegría, es "jará", la misma raíz etimológica que sirve para sustentar a la palabra "gracia", "járis". La gracia que nos transforma en amigos de Jesús no es otra cosa que la alegría que nos embebe de su amor. Alegría tanto más perfecta cuanto mayor es el amor que recibimos ¡y damos!


No hay otra manera de percibir si realmente nuestro decir que amamos a Dios es real amor y, por lo tanto, encuentro de la pobreza de nuestros deseos con la riqueza de su divino querer que nos recrea y transforma, que experimentando al mismo tiempo que ese amor de Dios se traduce en nosotros en divino amor a los demás. "Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando y lo que os mando es que os améis los unos a los otros". El cristianismo es la posibilidad que se ha dado al pobre ser humano, mediante Cristo, de, por gracia, ser semejantes a Dios. Pero Dios es amor. Y amor hecho hombre en Jesucristo. De allí que ser semejantes a Dios no es otra cosa que amar con el amor con que Dios ama; amar como Jesús. De este modo, amando como Dios, el amor ya no es una opción sino un deber. No un deber que ahoga sino una obligación que libera.

Por el Pbro. Dr. José Manuel Fernández