Lo veo como una alfombra otoñal regada de pequeñas flores rojas. El delantal habitual de mi madre, era más o menos eso y la añoranza lo torna cada vez más vivo. Nada se muere, todo de algún modo queda en nosotros. La vi muchas veces secar en ese prado de vuelos a modo de colinas sus manos rosadas y robustas de amasar y barrer, y recomendarme algo que seguramente era provechoso. Su vocación sobreprotectora -dulce defecto de toda madre- estaba al pie del cañón para acariciar permanentemente nuestros pasos. 

Vi caer algunas lágrimas en ese delantal donde pequeñas flores encumbraban la alegría de la cocina. Lo vi como atavío donde la dignidad de la comida vestía sus galas, donde la construcción cotidiana del amor mecía inviernos despiadados y primaveras de amantes. ¿En qué sitio esclarecido del universo habrá quedado tu humilde alfombra tachonada de flores de ceibo? ¿Dónde andará cobijando héroes barriales aquel mantelito de lunas menguantes y geranios donde se funda la patria hogareña? 

Tiempos de mi niñez con heladeras de madera invadidas por barras de hielo; con cocinas a kerosén y acequias que enfriaban sifones. Tiempos de enormes teléfonos negros colgados de la pared y relojes de péndulo donde la vida se hamacaba entre golpes de estado y gobiernos democráticos que nuevamente eran derrocados. Días aquellos cuando la Libertador venía quejumbrosa de baldíos-ausencia desde Punta de Rieles. Jornadas de luz en las escuelas, donde el maestro era una digna mezcla de héroe y sacerdote. De aquellas épocas eran los bellos delantales donde las madres honraban sus manos, donde los sueños resignados secaban sus lágrimas, donde el espíritu hogareño se paseaba entre los vuelos y las flores. 

El lechero está tocando nuestra puerta. Lleva colgado su enorme tacho de aluminio y el jarrito donde nos agasaja con la yapa. Un corralón acopia la leña que cobija gatos perezosos; la carbonilla acomoda en rincones sus lluvias de pequeñas sombras y un humilde empleado busca la luna llena entre sus manos de cal. Todo eso está, como está el delantal de mi madre, donde sus manos secan garúas de dulzura y donde descansan jornadas de lucha por ese exclusivo objetivo por el que pelean y que honra el corazón de los padres: sus hijos.

(*) Abogado, escritor, compositor, intérprete.