El derecho a expresar lo que pensamos es complicado. Aunque las leyes amparen ese derecho a decir y hacer lo que sentimos, la libertad de expresión está condicionada por normas éticas de pundonor y sensibilidad, con el fin de que evitemos ofensas y agravios gratuitos. En EEUU, donde la libertad de expresión tiene una amplia protección constitucional y la Corte Suprema de Justicia ampara hasta quien quiera quemar una bandera o romper un crucifijo, esos actos están más condicionados legal y moralmente, si se cometieran en un desfile militar de veteranos o en una procesión de Semana Santa, por incitar a la violencia.
Aunque Guillén tiene todo el derecho a decir lo que piensa, como se argumentó en otras ciudades y en el exterior; también se justifica el enojo de muchos en Miami que preferirían verlo expulsado del equipo a que solo le aplicaran cinco juegos de suspensión sin goce de sueldo. Para muchos, es una leve sanción que no repara la burla ni la ofensa de alguien que trabaja y vive a costilla de decenas de miles de fanáticos beisboleros que fueron perseguidos, torturados, expulsados o que escaparon de la férrea dictadura de los Castro.
Si bien Guillén admitió su error e imploró perdón, muchos no quedaron convencidos de darle una segunda oportunidad por las reiteraciones. Es que Guillén como Maradona, tiene un temperamento verborrágico y desafiante, sin diferenciar el hablar con honestidad del ofender con arrogancia. Por eso cuando ganó el campeonato nacional con los Medias Blancas de Chicago en 2005, Guillén gritó "Viva Chávez”, ensañándose contra quienes lo critican por su ideología; una actitud similar a la de Maradona cuando clasificó al Mundial de Sudáfrica de 2010, quien en vez de exudar alegría, insultó a los periodistas pidiéndoles entretenerse con sus genitales.
En casos como estos, en que las sanciones legales son impopulares y de difícil aplicación, los mejores correctivos son las fuertes medidas disciplinarias. El futbolista uruguayo Luis Suárez debió pagar u$s 60.000 de multa y se perdió ocho partidos por sus ataques racistas al francés Patrice Evra en un partido entre Liverpool y Manchester United. Al basquetbolista de los Lakers, Kobe Bryant no le fue mejor, pagó u$s 100.000 por sus comentarios antigay contra un árbitro, mientras que la cadena ESPN echó y suspendió a un redactor y un comentarista por acotaciones despectivas contra los asiáticos al referirse a la estrella de los Knicks de Nueva York, Jeremy Lin, basquetbolista de origen taiwanés.
El derecho de expresión siempre conlleva limitaciones, máxime si se trata de figuras públicas o personas con alta exposición. Pero no hay que preocuparse cuando prefieren la verborragia a abrazar causas como las de Unicef del Barcelona, promover la lectura como la NBA o combatir la drogadicción, ya que sus polémicas son útiles para generar discusión y aprendizaje. Después de todo, el caso de Guillén sirvió para recordar las atrocidades del régimen cubano.
La expresión sin sensibilidad de los deportistas célebres no es tan preocupante como cuando los gobernantes no se auto limitan, insultando desde sus tarimas a disidentes y críticos. Los primeros crean polémica e imponen temas en la agenda social, mientras los segundos solo consiguen polarizar y dividir. Aunque Guillén como Maradona tiene la virtud de enojar a la gente, es bueno que su caso se contextualice y no se generalice. De lo contrario, corremos el riesgo de no diferenciar la delgada línea existente entre exigir auto limitaciones e imponer censura.
