Por desgracia, los humanos hemos dejado el vínculo de la familia y con ello el compromiso a la hora de compartir y, cada cual, encara los nuevos tiempos con la frialdad de una inhumana economía que ha hecho del planeta un espacio divergente, donde el caos lo domina todo, mediante un frenético sin vivir.

Sinceramente, cuesta entender que un planeta, que es todos, camine a varias velocidades, con un ritmo realmente injusto. La idea de un ciclo económico familiar, o sea cooperado, que en verdad nos globalice, se ha convertido en un amor imposible. La necedad del ser humano, movido por el egoísmo es tan fuerte, que impera la crisis por doquier rincón del mundo. Deberíamos de despertar más allá de las finanzas, y ver que hay otra vida más apasionante, la de hacer un camino unidos, un camino que ha de ir hacia una realización de todos los humanos. Justo, cuando un año que se no fue, pero otro comienza, me permito recordar que la meta somos nosotros mismos, y por ello, hemos de reencontrarnos, no sólo para hallar la felicidad, también para crecer como humanidad.

En efecto el rostro de un pueblo que camina, ha de hacerlo con entusiasmo, y, asimismo, ha de contribuir a que sus semejantes no pierdan el ritmo de la convivencia, por muy dispar que sea el mosaico desde el que nos movemos. Bajo esta perspectiva, cualquier ser humano es tan preciso como necesario, no puede haber excluyentes, somos un conjunto de latidos en busca de un horizonte de acogida y equidad. No perdamos de vista el lenguaje que nos une, reiterado en los días de Navidad, para que sepamos entender el transcurso de nuestros días, con nuestras noches. La unidad llega por la convergencia de valores humanos, por la sinceridad en las palabras, en el trato y en las relaciones mutuas. Quizás debemos reflexionar más. Seguramente si lo hiciésemos, pensando en la viva conciencia de la fugacidad del tiempo, veríamos que lo importante a veces lo dejamos sin llevar a término, mientras a otras cuestiones insignificantes le solemos prestar más atención de la debida. Hay un derroche de energía en inutilidades. Precisamente, con la ida de un año, lo substancial es que nos haga meditar sobre el valor de nuestra propia vida humana en relación con nuestros similares.

La ideas estimulan la mente y el planeta está hambriento de verdaderos estímulos humanos. El ejemplo de Indonesia nos llena de regocijo. Diez años después de que el peor tsunami de la historia se cobrara la vida de más de 230.000 personas en toda Asia, una de las regiones más afectadas por la tragedia se "ha reconstruido mejor", en palabras de Naciones Unidas. Gracias a este desvelo por sobrevivir, "Indonesia se considera ahora un líder en la región, en la promoción de la reducción de riesgos en caso de desastres naturales", acaba de expresar Gunilla Olsson, representante de UNICEF en Indonesia. Sin duda, tenemos que ser constructores de sosiegos, sembradores en continuo renacer. Tal vez la vida sea eso, un rehacerse cada día, un revivirse cada momento creando y recreando nuestra propia existencia junto a los demás. No dejemos de lado que somos un todo, y en el centro, ha de estar la esperanza como abecedario.

Bienvenido, pues, el 2015. Tenemos tantas cosas por hacer, pero todo a su debido tiempo y con calma, que la paciencia es tan imprescindible como ponerse a pensar. Donde no hay ilusión, no puede haber vida humana, tampoco libertad y menos aún espíritu de autocrítica. Por aquello de que año nuevo, vida nueva, seamos persistentes en nuestra actitud positiva de ser sembradores de vida. Aprendamos a vivir, amando. Es nuestro deber de vida. O nuestro proyecto de existencia. Y si tiene que odiar a algo o a alguien, que sea al señorito triunfo y a la señorita victoria.